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Agapito García Atadell

Con expresivo título, cuidados contenidos y el aval de la Sociedad de Estudios Generales, Jesús Manuel Lorenzo Arrocha y Manuel Garrido Abolafia juntaron dos sujetos contrapuestos y dos episodios famosos, ocurridos en noviembre de 1936 y diciembre de 1943; y, con neutralidad, rigor y discreción, abordaron sendos capítulos de la historia secreta de La Palma en una curiosa exposición abierta en La Investigadora. Del gallego Agapito García Atadell (1902-1937), jefe de la Brigada del Amanecer, y el falangista jerezano Francisco de Asís Moreno Herrera (1909-1978) escribí alguna vez pero, eso hay que decirlo, sin mencionar el azar que unió sus nombres en la isla, a la que el primero llegó en fuga y el segundo en destierro, aliviado en lo posible por el poderoso ministro Pérez González. Las andanzas del brigadista republicano están ampliamente documentadas, e incluyen persecuciones, secuestros, muertes y saqueos en los barrios acomodados de Madrid al comienzo de la Guerra Civil; y, por supuesto, su fuga a Francia, con veinticinco millones de pesetas en oro y joyas; su viaje en barco desde el puerto de Nantes a La Habana, con la decisiva escala en el puerto palmero, donde desapareció su aparatoso equipaje y acabó su aventura. Las maletas de García Atadell y el Marqués de La Eliseda ofrecieron toda la bibliografía accesible, una interesante selección de prensa y testimonios de un intenso sexenio, didácticamente presentados, y un opúsculo del máximo interés, realizado con este motivo. La delación y detención del jefe de la checa y su agarrotamiento en Sevilla el 17 de julio de 1937 cerraron el primer episodio. Castigado por conminar a Franco a la restauración monárquica en la figura de don Juan de Borbón, el marqués consorte de La Eliseda fue advertido por su esposa María Teresa Arteaga Falguera de la visión de un aderezo robado, junto a otros bienes, del palacio de los Duques del Infantado, sus padres, y lucido por una dama isleña en el Baile de Fin de Año de 1943. Con sofocos y bochornos se escribió el segundo episodio que pervivió en el imaginario colectivo y se transmitió con sigilo hasta hoy. La muestra y la conferencia que Pepe López Mederos pronunció en su apertura actualizaron el secreto a voces más extendido de la posguerra o, si lo quieren, el secreto general -una verdad conocida y de dominio público- que se musita o se transmite con economía verbal y mucha gestualidad, eso sí.