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Los antitodo – Por Saray Encinoso

Es difícil vivir con unas cuantas certezas, pero es más complicado hacerlo sin ninguna. Desde hace algún tiempo, muchos ciudadanos, quizás amplificados por las nuevas tecnologías, se han aliado y, convencidos de que una enorme conspiración está detrás de todas las instituciones, han declarado la guerra a todo lo que lleve un sello oficial. Da igual qué organismo expida el certificado o qué especialistas de prestigio lo avalen: nada de lo establecido sirve; todo hay que echarlo abajo y volver a construirlo. El contagio de difteria de un niño en Gerona ha servido para reabrir el debate sobre los efectos de no inmunizar a los más pequeños y sobre los movimientos antivacuna -más extendidos en Estados Unidos-, pero el fenómeno, más amplio, de la negación de toda autoridad y de la dictadura del consenso ha quedado para otro momento. ¿Llegaremos tarde otra vez?

Los padres del menor que no fue inmunizado y contrajo la enfermedad, erradicada hace décadas en nuestro país, dicen que se sienten engañados por los antivacunas. Lamentan haberse dejado seducir por los predicadores de lo alternativo. No es tan difícil escapar a estos encantadores modernos. El hartazgo generalizado de estos años es el germen perfecto para que prosperen los que viven de la ignorancia de otros. Ocurre con las vacunas, pero también con toda medida o teoría que afecte a las masas. Los que quieren ser diferentes no aceptan ser tratados como un todo: se niegan a leer un best seller y nunca verían una comedia americana, no sea que se contagien del virus de la banalidad mundana. Su manera de reivindicar su identidad es oponerse a lo que acepta la mayoría y exigir la excepcionalidad a cualquier precio. Insisten en que su cruzada es contra los que nos estafan, contra aquellos que se enriquecen a costa del sufrimiento de los desgraciados; su ceguera no les deja ver que en realidad la batalla que están librando es para defenderse a sí mismos, para salvarse de ser insignificantemente normales. Demandan que su voz valga lo mismo que la de su vecino, que cualquier acuerdo se alcance por consenso y que las mayorías desaparezcan. A este paso, para evitar los agravios comparativos, tendremos que votar hasta si un muerto está realmente muerto. Eso sí, la circunscripción será única y el sufragio de los médicos no estará ponderado para minimizar el avance de la ignorancia. Sálvese quien pueda.

@sarayencinoso