DESPUÉS DEL PARÉNTESIS

La bandera – Por Domingo Luis

 

Rajoy dijo que “una cosa es la bandera y otra es pactar con extremistas”. Es decir, a los que don Mariano llama “extremistas” están fuera de la política (aunque hayan obtenido representación en las elecciones), de los pactos, no tienen bandera y han de andarse con cuidado. Porque el fulgor exclusivo de la dicha enseña solo afecta a la patria y al PP que la representa. Eso confirma, a las alturas de la película en la que nos encontramos. Cuando las alianzas aprietan por donde duele, Rajoy no recuerda que su partido, el PP, gobernó la España de su bandera con los votos del PNV y con los votos de CiU, esa formación política que ahora se ha quedado en C y que en su programa y diseño contempla descoyuntar a España por Cataluña. Más aún, no recuerda don Mariano que en la presente legislatura su aliado de aquí para los recortes fue el partido del señor Mas, y el aliado de allá para los recortes de Mas fue el PP.
Qué débil es la memoria, se dirá.

Así es que, en la ensoñación (¿o en la constatación?) patria, la derecha que deviene de un periodo nefasto de la historia de este país articula su memorándum desde la posición marcada, eso que dicen deplorar del nacionalismo al estilo Pujol: exclusividad y exclusión. La bandera dicha es única y tiene dueño. Si a Pedro Sánchez se le ocurre plantarla detrás de sus espaldas en la presentación de su candidatura a las elecciones generales próximas como Presidente posible, el canon se descoyunta, el provecho pierde rigor y el patrimonio se resiente. Porque esa es su idea de la democracia, no tanto lo que une y se comparte cuanto lo que los ratifica.

El gesto de Pedro Sánchez no solo ha de interpretarse como sumamente inteligente sino como responsable. Ya está bien. Que ahora el PP ayude con sus aspavientos a hacer gratuitamente la campaña al PSOE, que corrobore la posición perdida de izquierdas del PSOE, que rechace una acción de gobierno no comprometida con los supuestos que hasta ahora se han expuesto en connivencia con la gran señora Merkel es un decir, y otra que no se asuma lo que los españoles estamos obligados a asumir: juntos en la multiplicidad, incluso en la multiplicidad federal.

Lo que el mentado Rajoy expone es que la bandera separa, no que es un símbolo. Y si es cierto que en otros países lo que aquí ocurre allí ni se sueña, que manifestarse como tejano, pongo por caso, no minora el ser norteamericano o al revés, aquí, por lo que ha ocurrido, hemos de tomarnos las cosas con tiento. Si no lo que se revela es que quien se adueña del símbolo mentado impone el modelo. De ese modo no está por demás oír un atronador silbido en un estadio de fútbol cuando suena el himno nacional.

Por eso muchos ciudadanos de este país no se resignan a aceptar que la estelada de Cataluña no cumpla con el protocolo porque es independentista, o la de las Islas Baleares, o la de las siete estrellas verdes de Canarias.

¿Quién elige el porvenir, el que se aposenta en el inmovilismo y la autocracia o el que confirma el estatuto de responsabilidad? Por eso las heridas sangran. Los acuerdos no son solventes si se trata de partidos con posiciones diferentes. Prima la estampa patética de la impermeabilidad.