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El desahogo de un estadio

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Fotos: SERGIO MÉNDEZ

JOSÉ ANTONIO FELIPE | Santa Cruz de Tenerife

A la gente le gusta el fútbol, ama el fútbol, lo adora y le hace la vida más llevadera. La misma vida -lo complicada que está a día de hoy- es la que impide que esa gente no pueda acercarse a ver a su equipo tanto como le gustaría. La ecuación parece sencilla: entradas más baratas llevan a más gente al estadio, que, en caso de estar por sumar, ayudarán al equipo a conseguir sus objetivos.

En estos días inciertos para este deporte que muchos quieren hacer un mero negocio y otros incluso lo que quieren es que sea su negocio, no vendría mal que los dirigentes se plantearan que sin público no hay fútbol y que, aunque no sea con tanta rebaja como ayer porque si no, resultaría insostenible, no estaría del todo mal pensar que si solo entre tres aficionados pagan 30 euros conviene más que entre seis hinchas, con localidades más baratas, el dinero a ingresar sea el mismo, pero las gradas estén con mejor aspecto.

Se puede ser demagogo diciendo que la afición blanquiazul es la mejor del mundo cuando es la misma que ha pitado e insultado a sus jugadores cuando las cosas han ido mal -no todos, ni mucho menos-, pero sí es verdad que escenas como las de ayer hacen ver todo mucho más sencillo después de una mala temporada en la que, desgraciadamente, muchos quisieron llevar el fútbol a otro plano, al suyo y al de sus guerras personales, sin darse cuenta de que este deporte, aunque no lo quieran ver, les pertenece cada vez menos porque el aficionado parece haber despertado de un largo letargo y dispuesto a que las iniciativas populares, tan presentes en la política actual, asuman que el precio de las entradas, el reparto televisiones y sus horarios pueden acabar con la gallina de los huevos de oro.

El modelo es ese, el que está alejado de la realidad, o el que pudo verse ayer en las gradas de un Heliodoro que, por fin, que ya era hora, disfrutó de lo lindo.