La punta del viento >

La dichosa panza de burro – Por Agustín M. González

Cuando empecé con esta columna de opinión en el DIARIO busqué un título adecuado u original que ponerle. Pensé en alguna referencia cercana, identificativa o simbólica de mi entorno más personal. Tras sopesar varias opciones, al final elegí La Punta del Viento que es un nombre que trae muchas evocaciones y recuerda uno de los rincones más emblemáticos de mi Puerto de la Cruz natal, ese mirador excepcional para admirar las olas bailando sobre los riscos de San Telmo. Pero antes de ese, tuve dudas en elegir otro no menos evocador, La Panza de Burro, en referencia a ese fenómeno meteorológico que caracteriza al Valle de La Orotava y que, según algunos, hasta lo estigmatiza. Ese matiz negativo me frenó. Porque es cierto que, por lo general, la panza de burro no tiene buena prensa. Es habitual que en pleno verano, mientras el resto de la Isla se tuesta al sol, los vientos alisios cubran el valle con un techo de nubes grisáceas que refresca la temperatura y exaspera a los turistas llegados en busca del prometido “seguro de sol”. Es curioso lo que pasa con este fenómeno; para algunos la panza de burro es una maldición y para otros, todo lo contrario: una bendición del cielo. Los viticultores, por ejemplo, aseguran que el gran secreto de los exquisitos vinos del Valle es la maduración lenta de la uva que proporciona la presencia casi permanente de las nubes durante el estío. Algo parecido ocurre con los plátanos del valle, sabrosos y dulces como pocos. Sin embargo, ese argumento no es convincente para los profesionales del sector turístico, algunos de los cuales llegaron a plantear en la década de los ochenta del siglo pasado el descabellado proyecto de talar los montes de la cordillera que corona el Valle de La Orotava, para así evitar la característica y molesta acumulación de nubes por el efecto combinado de la vegetación, el viento y la orografía. De esta manera, sin riesgo de nubes, el Norte podría rivalizar en sol con el Sur de la Isla. Afortunadamente -y por una vez-, ese disparate no llegó a consumarse, y hoy en día la panza de burro sigue siendo una seña de la identidad natural del Valle de La Orotava que, como todo en la vida, tiene sus pros y sus contras. Los que nos criamos en esta comarca norteña nos hemos acostumbrado tanto a ese habitual techo gris que hasta lo echamos de menos. Cuando el sol sale tres días seguidos rajando las piedras, pedimos auxilio por señas; no estamos acostumbrados. Porque, seguramente, como nuestros excelentes vinos y nuestros excelentes plátanos, las gentes del Valle maduramos también lentamente bajo nuestra dichosa panza de burro. Y eso nos debe hacer también excelentes… al menos en resignación.