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Dios es normal – Por Carmelo J. Pérez Hernández

Hoy es Corpus. No es fácil escribir sobre lo que los creyentes celebramos este día: el momento central de nuestra fe es aquel en el que el pan y el vino que protagonizan nuestros encuentros más solemnes se convierten en el cuerpo y en la sangre de nuestro Señor. No, no es sencillo escribir sobre esto. No nos ayuda la decadencia positivista en la que nos hallamos inmersos, esa orgía de autosuficiencia en la que sólo merece nuestro crédito aquello que puede ser experimentado personalmente y explicado totalmente. Como si fuéramos la medida de cuanto existe, o como si nuestros errores en la percepción de lo que hay fueran insignificantes. Esta borrachera de engreimiento nos hace mucho daño. No sólo desde el punto de vista religioso, sino en la construcción de la persona en su integridad. Quien restringe sus horizontes al criterio de lo palpable se pierde casi todo lo mejor de la vida. Y tampoco ayudan los niños vestidos de primera comunión y todo lo que gira en torno al acontecimiento, hay que decirlo.

Nuestros pequeños, víctimas de su tiempo, aclaro, nos dan la imagen de que acercarse a comulgar es sumarse a las mil fanfarrias que hacen girar la rueda del consumo, esa ametralladora que arrasa la verdad de las cosas, la simplicidad de las celebraciones. La culpa es de la Iglesia: de los sacerdotes y de los padres, que todos somos la Iglesia. No promuevo una cruzada, pero hay que identificar los problemas para saber por qué estamos donde estamos. Los shows de primera comunión tienen no poca responsabilidad en el descrédito hacia el sacramento. No me rasgo las vestiduras, pues yo mismo los he soportado en mis parroquias, pero sí digo que el aparataje de estas celebraciones envía un mensaje incoherente y desorientador a la sociedad. Soy consciente de que identificar los problemas es más sencillo que arreglarlos. Otra distorsión entre lo que de verdad es y lo que hacemos lleva la firma del impresionante peso de la Historia. Yo creo que es tiempo de que haya más flores que oro, más silencio que filarmónicas, más interioridad que ropajes, más luces tenues que focos deslumbrantes… Lo que en un momento fue excelente por razones culturales, por la misma causa quizá hoy sea incoherente con la sensibilidad común y hasta contraproducente.

Y a todas éstas, hoy es Corpus. Y celebramos que Dios es normal, tan normal que desconcierta. Tanto, que a algunos les desilusiona y le inventan mundos paralelos. Pudiendo apabullar con otras formas de presencia, elige el pan y el vino para quedarse. Es poderoso el signo que eligió nuestro Señor: una vez dentro, el que se alimenta y su alimento se hacen uno. Ése es el plan: quedarse. No de cualquier manera, sino desde dentro y para dar vida. Todo muy humano, tanto que sólo lo entienden quienes se han arriesgado a aceptar la radical normalidad de nuestro Dios, que es la mayor garantía de que este mundo es suyo, salió de sus manos.
@karmelojph