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En el destierro o en la patria – Por Carmelo J. Pérez Hernández

Me gusta el mundo en el que me ha tocado vivir. No en todos sus aspectos, evidentemente. Pero sí en la mayoría de acentos y prioridades que mueven la rueda del día a día. Hoy tengo más claro que nunca que es una suerte que nadie me haya enseñado a tenerle miedo a la calle y a lo profano, por utilizar un lenguaje viejuno. No experimento el mundo como una amenaza a mi fe, a mi vocación o a mi integridad personal. Si alguna vez fue obligatorio decir lo contrario, lo dije sin remordimientos; pero nunca lo creí. Sé que muchas de las presuntas verdades y sobrevalorados escaparates que centellean en la actualidad son en realidad castillos de cristal y peligrosos callejones a ninguna parte. Pero creo que no es tan difícil desenmascarar a esos falsos dioses. En general, no somos tontos. Sólo vulnerables. A lo que iba: mirar este mundo sin prevenciones, con los ojos con los que Dios lo contempla, resucita la esperanza. Hoy más que ayer, la Humanidad está comprometida con el respeto a los derechos humanos, con el cuidado de los que sufren, con la lucha contra las enfermedades. Ahora mejor que nunca conocemos la extraordinaria singularidad del ser humano, su asombrosa capacidad para mejorar. Los creyentes, en este momento más que en ningún otro, somos una piña con cientos de millones de personas que persiguen como nosotros un mundo más justo. Esto viene a cuento de una de las frases del apóstol que hoy leemos en los templos. Dice Pablo: “Por eso procuramos agradar a Dios, en el destierro o en la patria”. Ser creyente, hacer cosas de creyentes sólo en la patria, entre los nuestros, en los terrenos que tenemos controlados, no es suficiente. No podemos dejar de cuidar y querer a esos que llamamos “los de dentro”, los que van con nosotros a la iglesia, pero no es suficiente. Nos han llamado a ser testigos en la patria y también en el destierro. Yo diría que, tal y como han cambiado las cosas, el verdadero hogar de un creyente es ahora el destierro: allí donde los lejanos y alejados siguen esperando una señal para seguir confiando. Una Iglesia en misión es una realidad ya consolidada. Que los creyentes estemos en situación de salir al encuentro de los demás será siempre la asignatura pendiente. Quizá esto sucede porque algunos, unos pocos pero de mucho peso, nos dijeron un día que el mundo era malo. El mundo, caca. Vivir la fe de esa manera es condenarse a no experimentar el refuerzo positivo de ver cómo el trigo y la mostaza crecen a pesar de todos los pesares. El reinado de Dios es una realidad silenciosa, pero indiscutible, que se comprueba en el día a día cuando desechamos las miopes gafas que sólo sirven para ver a Dios en la patria pero no le reconocen en el destierro. El mundo es hermoso, es nuestra casa. Ya sé que nada he dicho de las atroces embestidas contra los derechos del hombre y su dignidad que se perpetran con inusitada publicidad en nuestros tiempos. No las desconozco. Es sólo que ésa siempre me ha parecido la excusa de los que no quieren salir de su madriguera, de quienes en el fondo no saben amar este mundo que Dios sigue abrazando.

@karmelojph