la semana política que empieza >

La España de los ¿diez mil?, ¿doce mil? despachos – Por Fernando Jáuregui

Los periodistas a veces tenemos estas cosas: nos ponemos a calcular cuántos despachos de altos cargos, asesores, jefes de gabinete, directores de comunicación, van a contemplar un cambio de inquilino: ¿ocho mil?, ¿diez mil? Es una manera de evidenciar la magnitud del cambio que se ha producido en los últimos ocho días, un cambio del que la principal víctima, Mariano Rajoy, que aún cree haber ganado las elecciones -¡y las ha ganado!-, ha tardado cinco días en enterarse. Y los periodistas, que somos así, nos entretenemos ahora en inventariar cuántas fuentes nuevas habrá que cultivar, cuántos rostros cuyo número de teléfono móvil ya habíamos logrado tener deberemos borrar de nuestras agendas. Es la política, estúpido…

Quien, como a mí me ha ocurrido, ha pasado los últimos días en una de esas autonomías en-las-que-todo-ha-cambiado, por ejemplo Valencia (o Madrid, o Castilla-La Mancha, o Extremadura…), aunque aún siga sin saberse muy bien hacia dónde, constatamos el vacío de poder que deja un Partido Popular desnortado, desconcertado, que no se esperaba el golpe y que, insisto, constata que ha tenido más votos que ninguna otra formación, aunque hayan sido insuficientes. Así que el problema del PP es la soledad: no han sabido hacerse simpáticos, han acumulado un poder excesivo y ahora toca el reparto. Un reparto nada fácil: habría que escuchar lo que se dicen en los próximos días/horas Carmena y Carmona en Madrid, Oltra y Puig en Valencia. O, tirando por elevación, Mariano Rajoy y Pedro Sánchez, Mariano Rajoy y Albert Rivera, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, Rivera y Pedro Sánchez y hasta, supongo, Mariano Rajoy y Pablo Iglesias, si es que La Moncloa es capaz -que espero que sí- de acoger este encuentro.

Estamos entrando, pásmese usted, en otra precampaña electoral, cuando aún no hemos cerrado la poscampaña de las municipales y autonómicas que han constituido el terremoto más importante en su género desde hace treinta y cinco años. Así que hay que estar muy atentos a lo que van diciendo el secretario general del PSOE -que en la cumbre del comité federal olvidó tratar extensamente puntos tan calientes como lo que está ocurriendo en Cataluña-, a quien ahora sí se empieza a considerar un serio candidato a la presidencia del Gobierno, y también a las señales, contradictorias, que va emitiendo Mariano Rajoy. Al presidente, que sigue siendo el político más poderoso de España, aunque se empeñe en no parecerlo, no le gustan los cambios, y se le nota. Pero hará crisis de Gobierno -más porque Guindos se va a Bruselas y Wert a París que por otra cosa- y hasta es posible que introduzca alguna mudanza en el aparato del partido, aunque no vaya a cambiar, dice, a la cuestionada secretaria general. “Cospedal se queda en Génova y Soraya Sáenz de Santamaría en La Moncloa”, dicen los círculos próximos a la gran esfinge, para evidenciar que la revolución no es para tanto…

Rajoy ha gestionado su victoria convirtiéndola en derrota. Justo lo contrario que Pedro Sánchez, que ha procurado no sentirse acomplejado por haber quedado el segundo en el podio, ni por las exigencias de los emergentes Podemos y Ciudadanos, cada uno, claro está, en su ámbito. Rajoy da la sensación de no contar ni siquiera con el beneplácito de Albert Rivera y echa la culpa de sus males a lo que se ve en televisión. En cambio, Sánchez se lanza a una carrera, la de primarias, en la que presumiblemente va a ser el único competidor sobre la pista, y, si no es el único, correrá frente a rivales insignificantes. Así que él sí acabará el curso político reforzado, listo para afrontar lo que sea en septiembre, incluso unas elecciones generales inmediatas si Rajoy escucha a quienes le aconsejan hacerlas coincidir con esas autonómico-plebiscitarias que Artur Mas ha convocado para el 27S, y que la mayor parte de las apuestas insisten en que sí, en que acabarán celebrándose pese a todo, salgan como salgan.

Pero ahora, al margen de las especulaciones sobre el medio plazo, lo inmediato, en este mes de junio tremendo que se inicia con llamadas de teléfono frenéticas y con encuentros políticos en los que me temo que lo que menos cuenta es el interés ciudadano, lo inmediato, digo, va a ser llenar esos ¿ocho mil? ¿diez mil? ¿doce mil? huecos que deja en los despachos oficiales la debacle del 24M. Muchos que se creían eternizados en esos despachos ya han empezado a trasladar sus cosas personales en esas cajas de cartón que han hecho célebres las películas norteamericanas cuando quieren evidenciar un despido. Y esta ha sido una de las regulaciones de empleo más espectaculares de los últimos años. Pero vendrán más, seguro, porque nos hemos embarcado en una nueva era y esto no hay quien lo pare. Y Rajoy, menos aún.