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De Felipe a Podemos – Por Enrique Arias Vega

Durante el primer año de su mandato, el presidente Felipe González hizo algo insólito: se fue a veranear en el yate Azor, el que había usado el Generalísimo Franco. Era, ésa, una manera de manifestar que los dirigentes democráticos no tenían complejos y de intentar normalizar la vida política hasta entonces secuestrada por el franquismo. En ese afán por mostrar normalidad, el presidente socialista en seguida abandonó las chaquetas de pana de sus campañas electorales y se enfundó en impecables trajes con corbata. Lo mismo le sucedía al Partido Comunista, empeñado en mostrar que los rojos no eran demonios con cuernos y rabo, tal como los había pintado la dictadura. Por eso, en su primera rueda de prensa en la legalidad, Santiago Carrillo apareció enmarcado por la bandera rojigualda y no la de la República. Aquéllos eran otros tiempos, claro, en los que los políticos emergentes trataban de parecerse en su envoltorio a los antiguos, a fin de que los ciudadanos no temiesen una ruptura traumática que acabase por perjudicarlos. El giro más espectacular, ya se sabe, fue el de la postura del PSOE respecto a la OTAN. Pasó del eslogan contra ella en las elecciones de 1982, a terminar siendo un socialista español, Javier Solana, quien se convirtiese en su máximo dirigente. Hoy día sucede justamente lo contrario: los nuevos políticos quieren parecer la antítesis de los anteriores: sin chaqueta ni corbata, con coleta y hasta piercings y tatuajes. Han cogido tal complejo, que hasta los más conservadores acabarán por parecer unos desarrapados. De seguir así la moda por ver quién se confunde más con el paisaje, pronto, en cualquier ministerio, no se sabrá ya quién es el ministro y quién el chico de los recados.