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Hormigas blancas – Por Ana Martín

Así llamaron, hace unos años, a un programa de telecinco cuyo explícito subtítulo: El pasado siempre vuelve, nos daba, en forma de velada amenaza, una pista clara de hacia dónde se iban a dirigir los tiros. Y, en efecto, el espacio, dirigido por el omnipresente Jorge Javier Vázquez y después presentado por Jordi González, no dejaba títere con cabeza.

En los diferentes episodios, que se escalonaron y sucedieron en cuatro temporadas, desde 2007 a 2011, se escaneaba y aireaba el pasado de personas, más o menos asiduas de las portadas de la prensa del corazón, sacando episodios polémicos que luego eran comentados y, convenientemente jaleados o vituperados, en una mesa de debate dispuesta para ello.

A pesar de esto, solo la nietísima del caudillísimo, Carmen Martínez-Bordiú se atrevió a denunciar, y consiguió sacar adelante una demanda contra la productora, para la que eso suponía el chocolate del loro, dados los beneficios que la audiencia de este país de lengüines y rajones le reportaba.

Cuando comenzó el programa, Twitter era una anécdota y, cuando concluyó, la red social no estaba aún tomada por las hordas justicieras de unos y otros bandos que hoy campan a sus anchas, -como debe ser, por otro lado, en un Estado de Derecho-, dispuestas a aniquilar socialmente a quien haya metido la pata y/o sea tan osado como para dar una opinión contraria a la suya. El infausto día que a servidora se la tachó de facha y de roja por un mismo comentario, esta abajofirmante lo dio todo por perdido y decidió huir a galope de las dos españas y quedarse feliz en su ultraperiferia hablando de gatitos, del tiempo y de la floración de los cactus.
Es evidente que una tiene su criterio y sus opiniones, las cuales agradezco me dejen exponer en este y otros foros pero, visto el percal, no sé si me apetece mucho resumirlas en 140 caracteres que encumbran hoy y aniquilan mañana al mismo ser humano, como si unas cuantas frases, a menudo apresuradas y sin mucho espacio para la reflexión, contuvieran la complejidad enorme que habita a los seres humanos.

Dicho esto, y previendo que están esperando a que me posicione sobre los tuits que mancharon la nonata vida política de Guillermo Zapata, les diré que me parece muy torpe lo que hizo. Y esto no solo tiene que ver con el sentido de sus mensajes, que amén de nada graciosos (con contexto o sin él) son enormemente desagradables. Verán: humildemente, pienso que su torpeza está, como la de varios de sus compañeros, en creer que no se iba a liar la de dios con esos tuits. En no pensar que, aún escritos hace un tiempo, “el otro bando” iba a utilizarlos para despedazarlos e intentar dinamitar cualquier cosa que en el futuro pudieran querer llevar a cabo en la esfera de lo público. Es posible que, enardecidos por el aroma triunfal del 15M, no repararan en que los cuchillos de lo político se afilan con mucha rapidez cuando se trata de posturas tan polarizadas y de quitarse del medio al adversario, como zarpazo final que da el animal herido.

Otrosí, defenderse diciendo y señalando que varios miembros de otros partidos han actuado igual o peor, aunque esto sea dolorosamente cierto, es muy de la vieja política que tanto se deplora y con la que la ciudadanía no comulga. Primero, porque en todas partes, en todo colectivo, hay bocachanclas, imprudentes, amargados, radicales y zumbados. Y los que como tales se comportan, sean de derechas, de izquierdas o mediopensionistas, merecen la reprobación más absoluta. Equipararse por lo bajo, amén de cansino, no es una defensa que parezca madura. Y, por otro lado, yo espero de quien se me ha vendido como el adalid de la regeneración y la limpieza moral, que sea más limpio que yo. Llámenme tiquismiquis.
Así es que, en medio de unos y otros, ando estomagada de asistir a tres o cuatro aquelarres, tres o cuatro Hormigas Blancas por día. La cosa comienza en las redes y es amplificada, luego, por los medios afines, a la guerracivilista manera, lo que me amarga la mañana y la tarde y me hace recordar a Ortega (el filósofo, no el torero) cabeceando y diciendo, entre desasosegado y descontento: “¡No es esto, no es esto!”.

Ahora mismo, si pienso en el estado de las cosas, me viene a la mente un montón de gente con vidas vacías, enfermizamente radicalizada, metida hasta el fondo en el cubo de basura de su vecino de enfrente, para ver qué miserias antiguas se pueden convertir en el escándalo de la jornada.
Y eso, no voy a negárselo a ustedes, me da más pena que asco. O al revés.

@anamartincoello