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Messi, Lennon y la paz por el palo corto – Por Carmelo Rivero

Son tiempos de guerra y de paz, pero dejemos en paz a Tolstói. Haz el amor, no la guerra, dijeron los pacifistas de los 60, con lo que declaraban la guerra a la guerra de Vietnam, y John Lennon andaba metido por medio con Yoko Ono lanzando octavillas con el eslogan de un villancico de Navidad: La guerra ha terminado, si tú quieres. Esto de la guerra y la paz es muy recurrente e ingenioso, da para escribir libros y canciones. Y no hay parcela del arte que se libre de una alegoría universal que te haga quedar tan bien. Si Lennon no estuviera en la gloria, este año tendría 75 años disputándole en la tierra el trono a Dios (aquella fanfarronada suya efectista de que los Beatles eran más populares que Jesús). Se le recordó el viernes en la Fundación CajaCanarias, con las canciones de Jacky Ríos (y el guitarrista Ricardo Walls) y Gospel Shine Voices (y el pianista Pablo González). Una fiesta de pases de gol entre tertulianos y cantantes, que estuvieron fabulosos. Hablaron Santiago Ríos y Nicolás Lemus, que convirtió en un libro las vacaciones de tres Beatles en Tenerife en el 63, cuando en la isla no los conocía ni Dios. Todo es nostalgia en los líderes ajetreados con un ideal bajo el brazo. Lennon tenía nostalgia fría de su niñez, del abandono de los padres, y trascendió del machismo activo al activismo pacifista. Bien, en la noche del sábado, 24 horas después del free people a Lennon, marcó Messi aquel gol en la final de la Copa del Rey. La excelencia de Messi en un mundo corrompido como el fútbol nos reconcilia con el deporte elevado a categoría de arte. De Zidane colgaron fotos de sus coreografías con el Madrid en un museo; del argentino se podría decir que es el Picasso de goles que parecen de óleo en un lienzo de fondo verde. La redada de los granujas de la Fifa en Suiza, la misma semana, por los tejemanejes de las sedes mundiales y sus corrupciones generalizadas, desnuda al santo balón. Por dentro está podrido.

A Blatter nunca lo apodaron dios, sus enemigos -Platini lo odia- le señalan con el dedo como el capo di capi de una mafia organizada que compra y vende el alma de este deporte de masas, el alma de las masas. Y eso es como arrancarle el corazón a los estadios abarrotados y matar en seco al hincha que es un niño que da la vida por su equipo hechizado con sus dioses en el olimpo de césped. La afición es un monstruo de mil cabezas, decía Valdano. Los dirigentes manejan la grada a su antojo y, en ocasiones, la abocan a un suicidio colectivo, como si el fútbol deviniera, gregariamente, de religión en secta. La política, que es la hermana inseparable del fútbol, que se hace en el palco del presidente junto a los negocios inconfesables, envidia a estos ídolos mediáticos adorados por su electorado, que les vota cada fin de semana en una suerte de democracia permanente. Los políticos no disponen de ese margen de permisividad. Al futbolista se le perdona la evasión fiscal, pero no que falle un gol que determina la felicidad o el trauma para el resto de la semana. Messi no está por encima de la ley, y deberá rendir cuentas de su contabilidad con Hacienda, pero es como Clay negándose a ir a Vietnam o como Lennon encamado con Yoko Ono en los hoteles de la jet en favor de la paz. Ahora mismo, el balón es una bomba casera en Argentina (Boca y River resuelven sus diferencias con gas pimienta), como lo fue en Centroamérica, cuando El Salvador y Honduras se enfrentaron para el Mundial de México 70 y explotó la guerra del fútbol, título definitivo de Ryszard Kapuscinski, y es un nido de sanguijuelas apestando a dinero negro y sobornos a gran escala. “Teníamos dinero, fama, y no había alegría”, decía John Lennon sobre la disolución de los Beatles. El secreto de la continuidad de estos mitos sociales en los más exigentes clubes del mundo es la alegría, que los mantiene congregados. El Barça y el Madrid son Los Beatles y los Rolling Stones del fútbol. Messi es Lennon y Ronaldo Mick Jagger. La Copa del Rey fue pitada por vascos y catalanes en el Camp Nou, pero Messi calló los pitos y el pitorreo con un gol para enmarcar que habrá celebrado el papa che ante el plasma del Vaticano. Mientras Podemos asalta los cielos de Madrid, Messi hacía estos milagros. Decía el autor de Imagine: “Imagina a todo el mundo/ viviendo la vida en paz”. Entró la paz por el palo corto, porque la paz es difícil.