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Mi vida en el cielo

Un auxiliar de vuelo o tripulante de cabina de pasajeros (TCP), también llamado aeromozo o azafato, es un miembro de la tripulación que tiene como misión principal la vigilancia de la seguridad del vuelo y la comodidad de los pasajeros. Los TCPs tienen responsabilidad civil en la operación de la aeronave ya que son responsables del estado y operación de diversas partes de la aeronave y del material de emergencia. Asimismo, deben cumplir escrupulosamente la normativa aeronáutica vigente y respetar sus límites de actividad para estar en condiciones psicofísicas de operar una aeronave. El término sobrecargo hace referencia a aquella persona que se halla al frente de la tripulación auxiliar de un avión y que es el responsable del servicio y la seguridad a bordo ante el comandante. Qué palabras más bonitas, verdad. Pero la realidad es muy distinta. Muchas de esas personas ganan una media de 8 euros por hora de vuelo, tienen unos contratos de mierda y su profesión se ha visto degradada por personajes nefastos que dirigen compañías aéreas, que no entienden el valor real de estas personas. He utilizado como encabezamiento el título de una novela que escribió Sally Weston, Mi vida en el cielo. Hermosa verdad, pues para la mayoría de los auxiliares de vuelo esa es la realidad una vida en el cielo. Jugando su vida con un riesgo importante con respecto a los que nos quedamos en casa un día cualquiera con una tormenta de pelotas, viendo Los Simpson. Algunas empresas aéreas, por ejemplo en nuestro país, han perdido la ética, el respeto por la dignidad humana, el respeto por la profesión de piloto o como en este caso de un auxiliar de vuelo, ante esta situación, como responden todos estos profesionales con respeto a su profesión y responsabilidad por la seguridad de sus pasajeros, nunca pasa nada. Pero cuando pasa algunos de ellos se van por 8 euros la hora. Un hotelero le paga más a un cocinero o a un camarero, con todos mis respetos a ambas profesiones, pero ellos están en el suelo. Recuerdo una ocasión que, estando en un avión hablando con la tripulación y un prestigioso médico, uno le hizo la siguiente reflexión: la profesión de tripulante de vuelo ya sea piloto o auxiliar es como la de un médico; todos jugamos con el fino hilo que separa la vida de la muerte. El médico respondió: “Sí, es cierto, pero si a mí se me muere un paciente no me pasa nada”. Los empresarios del transporte aéreo, parece que no han leído a Shakespeare: “No temáis la grandeza; algunos nacen grandes, algunos logran grandeza, a algunos la grandeza les es impuesta y a otros la grandeza les queda grande”. Hay pocas compañías aéreas en España, pero son tantos a los que la grandeza les queda grande que asusta. Empresarios, no olviden que para solucionar esta situación no hay ningún préstamo mayor que un oído comprensivo, la última prueba de la conciencia de un empresario o un hombre puede ser su disposición a sacrificar algo hoy para las futuras y presentes generaciones, aunque no llegue a oír palabras de agradecimiento por ello.

Por Tomás Cano