a contracorriente

Pablo Iglesias y el activismo

En la época de Bakunin, y en la de Lenin, Pablo Iglesias habría sido definido como un “revolucionario” profesional. Ahora, a quienes como él se dedican día y noche al derrocamiento de las viejas instituciones políticas se les llama “activistas” sociales. Es lo que el propio Iglesias dice en defensa de la contratación de Adrià Alemany, pareja de Ada Colau, por Barcelona en Comú: “Es un activista político muy conocido en Cataluña desde hace muchos años”. Argumento, pues, definitivo. Pero en ese mundo del activismo, de la agitación política y de la acción directa, no todo resulta tan idílico ni tan benéfico como pudiera parecer. A pequeña escala, izquierdistas radicales y clásicos, como el actor Willy Toledo, despotrican del exitoso recién llegado: “Ya sabemos que nadie la tiene más larga que tú… -le tuitea- ¿Podrías dejar de hacer el imbécil?”.

Quizás por críticas tan intelectualizadas como ésta, el periodista Raúl del Pozo, confidente al parecer del líder de Podemos, escribe: “En aquellos tiempos del estalinismo, Pablo Iglesias hubiera sido acusado de titista, de trotskista…”, delitos mayores de desobediencia a Stalin y que se solían pagar con el asesinato, como le ocurrió al propio Trotsky a manos de Ramón Mercader. Y es que las disputas entre quienes quieren cambiar el orden existente por otro nuevo acaban siendo mayores que aquéllas con sus defensores. Lo resumió muy bien el revolucionario francés Louis de Saint-Just antes de caer bajo la misma guillotina que segó la vida del vesánico Robespierre: “La revolución, como Saturno, devora siempre a sus propios hijos”. El panorama no resulta, por consiguiente, nada estimulante.