ENTRE LÍNEAS >

Preguntando al preguntador

Juan cruz escritor y periodista tinerfeño
El escritor y periodista potuense Juan Cruz. / J.G.

Por VERÓNICA FRANCO

Si hay alguien a quien le gusten las preguntas, ese alguien es Juan Cruz (Puerto de la Cruz, 1948). Tanto es así, que lleva preguntando sin parar desde su adolescencia. De hecho, su último libro, en el que publica una selección de las entrevistas realizadas a lo largo de su carrera, se llama Toda la vida preguntando y acaba de ser lanzado por la editorial Círculo de Tiza y presentado el lunes pasado en compañía del periodista Juan Ramón Lucas y el filósofo Emilio Lledó en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Gabriel García Márquez, Pablo Neruda, Susan Sontag, José Saramago, Mario Vargas Llosa, Doris Lessing, Günter Grass, son solo algunos de los personajes que se sometieron a las preguntas de este hombre cuidadoso y amable que sabe con exactitud cuándo, cómo y qué inquirir. Vargas Llosa, quien precisamente es el autor del prólogo del libro, dice, sin ir más lejos, que nadie lo ha entrevistado tan bien como él. Por supuesto, el autor de Egos revueltos lo matiza con humildad, aclarándome que todos los prologuistas suelen ser demasiado benévolos con los autores de los libros que prologan. Pero, aunque la modestia de Juan Cruz sea sincera y carezca de exhibicionismo, tiendo a creer a Vargas Llosa. Autor de más de 20 libros, periodista de alma y vocación, editor, ganador del Premio Nacional de Periodismo Cultural en 2012 y adjunto a la dirección de El País, preguntar al preguntador es un lujo que pocos querrían desaprovechar. Allá vamos.

-¿Se siente cómodo cuando está del otro lado y las preguntas se las hacen a usted? ¿Le gusta que le pregunten o prefiere preguntar?
“Prefiero preguntar; pero estoy muy cómodo respondiéndote. Responder es una tarea que exige, la misma palabra lo dice, responsabilidad; somos seres con responsabilidad, y ésta se nota atendiendo a preguntas pertinentes de personas bienintencionadas. Yo soy periodista, hago preguntas; ¿cómo no me va a gustar, a mi vez, responderlas?”.

-¿Por qué dice de usted mismo que es un “atrevido con buena voluntad”?
“Porque nunca pregunto para ofender; seguramente he ofendido a personas, pero si conociera sus nombres y sus direcciones, y supiera concretamente que las he ofendido, les mandaría flores o cartas de disculpas. Como periodista estoy obligado a preguntar por asuntos que quizá no agraden al interlocutor; pero no lo hago nunca con mala voluntad. Me atrevo, pero quiero ser educado, no agresivo”.

-¿Y se ha encontrado alguna vez con algún personaje imposible, alguien que le contestaba con monosílabos, sin colaborar en lo más mínimo?
“Algunos; por ejemplo, Francis Fukuyama, el autor de El final de la historia; no miraba, tenía sus ojos en otra parte, y eso es como responder con monosílabos. Por otra parte, la primera entrevista que le hice a Susan Sontag fue difícil y áspera, porque ella tenía la costumbre de despreciar la inteligencia de quien tuviera delante. Luego, en la propia entrevista, se fue calmando, y terminamos siendo tan amigos, con el tiempo, que fui su último editor en lengua española”.

-¿Cómo cambiar el tercio de una entrevista que va yendo mal?
“Tratando de comprender qué va mal; puede ir mal tu tono; entonces es bueno que cambies de tercio haciendo una pregunta que te relacione naturalmente con la persona que tienes delante. Por ejemplo, ¿cómo le fue en la infancia?, ¿qué recuerdo tiene de sus mejores tiempos?”

-¿Cómo se hacen las preguntas incómodas?
“Las preguntas incómodas no existen; existen los momentos inadecuados para hacer preguntas difíciles. Y una vez creado el clima, inteligente y sentimentalmente, ya cualquier pregunta es posible, hecha en los términos más educados posibles”.

-¿Son difíciles los grandes escritores o, por el contrario, son los más fáciles?
“Depende de cómo los abordes; todo el mundo tiene su ego, los periodistas también, y algunos en grado sumo. Lo que pasa es que el ego de los periodistas sirve para envolver el pescado o los garbanzos, y los escritores tienden a creer que una palabra suya los instala en la inmortalidad. Un poco de sosiego nos viene bien a todos, pero a veces ambos oficios, sobre todo el del escritor, están tan pendientes de sí mismos, de sus inseguridades, que todos caemos en la funesta manía de creer que somos la hostia en vinagre, si me permites la expresión”.

-¿Cuál ha sido su entrevista más complicada?
“La de Francis Bacon, el pintor; habíamos ido a entrevistarlo desde Madrid, él nos recibió, muy elegante, en su galería, y nada más verme me dijo que no podría hacer la entrevista. Para mí fue un mazazo, y se lo hice saber. Entonces me explicó, sacando su Ventolín, que tenía un ataque de asma. Yo saqué mi Ventolín. Funcionó la solidaridad entre asmáticos y finalmente le hice la entrevista allí mismo, bajo un tríptico suyo extraordinario”.

-¿Sacó el Ventolín a propósito, fue una estrategia, o realmente estaba necesitándolo, como Bacon?
“No, no lo necesitaba en ese momento, pero los asmáticos somos osmóticos, de modo que en el momento en que surge la palabra asma dicha por otro ya podemos sentir los síntomas. El asma es una de las bellas malas artes del aire”.

-Vargas Llosa dice en el prólogo de su libro que tiene usted una “curiosidad rotunda” como pocas veces ha visto en su vida…
“Él me conoce bien porque le he entrevistado desde que yo era un chiquillo; la primera vez, en Tenerife; en un momento determinado me hizo notar que le preguntaba demasiado. Yo tenía la costumbre de preguntar, y de hecho me he pasado la vida preguntando; pero en aquella ocasión era como una ametralladora, por la curiosidad y por la ansiedad que me producía la necesidad de hacer una buena nota. Me pasó un día con Felipe González: le preguntaba tanto que Alfonso Guerra, su segundo entonces en la oposición a Adolfo Suárez, le preguntó a mi compañero Joaquín Prieto que de dónde demonios había salido aquel preguntón. Aquel preguntón, yo, había salido de Inglaterra, de donde venía para incorporarme a El País. Allí se pregunta y se repregunta mucho más que aquí, porque las personas públicas están obligadas a someterse al escrutinio de la prensa, y aquí no existe ese hábito y por tanto esa predisposición”.

-También dice Vargas Llosa que nunca nadie lo ha entrevistado tan bien como usted.
“Ya sabes que en los prólogos la gente tiende a ser muy amable con el autor del libro. Sí es cierto que cada vez que lo he entrevistado en situaciones delicadas he procurado que las preguntas difíciles estuvieran, como te decía antes, en el lugar adecuado; si el ritmo de una entrevista está bien medido, cualquier pregunta punzante resulta pertinente”.

-Si no tuviera más remedio que elegir dedicarse solo a una cosa, ¿se decidiría por el periodismo o por la literatura (o por la profesión de editor)?
“Sería periodista, siempre; en realidad la escritura es lo que me mueve; contar es mi oficio, contar la vida de los otros; cuando me entra melancolía escribo poesía o narración, pero mi oficio, el que me quita el sueño, el que me pone contra las cuerdas, es el de periodista. Vale la pena vivir para este oficio…, aunque a veces (como ahora) duela tanto”.

-¿Por qué duele tanto ahora ser periodista?
“No duele; a mi no me duele. Lo que me duele es apreciar que no hay periodismo en escenarios donde se presume de hacerlo. En las tertulias, en los telediarios, en el llamado periodismo de opinión (en mucho periodismo de opinión lo hay adecuado también)… Todo aquello que no se basa en la información, en la buena información, es mal periodismo, es exabrupto o nadería, utilizado a veces para ejercer chantaje sobre personas o empresas”.

-¿Cómo se maneja con los grandes egos?
En un momento determinado todos tenemos ego, y el de algunos es más que enorme. Recuerdo el ego de Benedetti, el de Sábato, el de Carlos Fuentes, los egos de mis compañeros de generación, el de los jóvenes… El de Onetti, que era el que menos ego tenía, el de Rulfo, que también parecía no tener ego… Creo que entre las personas más sencillas que he conocido están Jorge Luis Borges, Domingo Pérez Minik y Rafael Azcona. Y ellos también, como todos, tenían sus egos”.

-¿Con cual de sus entrevistados le gustaría compartir piso?
“Es muy difícil decirlo, porque a mi no me gusta compartir piso, si acaso cama, pero entre los entrevistados que he tenido creo que elegiría a John Berger para vivir en una casa de campo muy grande. Viviría también con Onetti, pero en otra casa. Él, de hecho, fue legendario porque tenía varias casas por si se cansaba de una de ellas”.

-¿Se ha encontrado alguna vez con algún político que no estuviera en promoción, con el que realmente se haya establecido un diálogo sincero? Y si es así… ¿quién?
“Javier Solana, por ejemplo; tiene más alma que el común de los políticos; pero generalmente tienen lenguaje de madera o de piedra, no llegan nunca a considerar necesario enseñarte aunque sea una parte de su alma”.

-He escuchado decir a Ana Pastor que hay gente que piensa que el periodismo no es para este país (en la actualidad) y por cierto, ella piensa que se equivocan. ¿Cómo ve usted el estado del periodismo ahora?
“Me parece muy interesante; nosotros lo empeoramos; creemos que debemos decirle a la gente lo que nosotros creemos saber, sin necesidad de buscar en las fuentes los contrastes de las informaciones. En las entrevistas creemos, además, que tenemos que ser adalides de la libertad y preguntar a bocajarro como si los demás tuvieran culpa de la situación del mundo y nosotros estuviéramos libres de esa penitencia”.

-¿Qué tiene derecho a saber el lector?
“Todo lo que uno sea capaz de haber averiguado. Si no sabes, no digas. Decir sin saber es un pecado contra el periodismo. Un pecado mortal. Esos pecados son los que matan el periodismo creyendo que le dan salud”.

-¿El entrevistado tiene derecho a mentir?
“Sí, claro; y a sufrir las consecuencias de su mentira. A nosotros nos toca averiguar si nos engañan”.

-¿Cómo se le hace sentir a gusto a usted en una entrevista? (donde usted sea el entrevistado, claro).
“Interesándose en lo que yo pienso o sé, no en lo que pueda herirme o incomodarme”.

-Solo por lo que acaba de decir, me surge la curiosidad por saber qué tipo de preguntas le podrían incomodar a Juan Cruz…
“Ninguna, de veras; quizá me den escozor algunos nombres propios, porque han sido personas perversas o malqueridas, por razones que acaso llegue a olvidar. Pero ninguna pregunta es mala si se hace en el momento adecuado, en el curso de una entrevista o en el de una conversación de buena voluntad. Odio esas preguntas que se hacen con la nariz enguruñada, como decía mi madre, cuando el que te entrevista ya juzga que esa pregunta te va a caer mal o en la que se da por supuesta la respuesta. Por ejemplo, cuando se le pregunta a alguien cómo está sabiendo que no está bien”.

-El mundo está muy revuelto, las cosas cambian vertiginosamente y la polarización y la exclusión son cada vez más fuertes. Necesitamos un periodismo a la altura. ¿Cómo se hace ese periodismo?
“Ese periodismo se hace estudiando, buscando en el saber ajeno el saber propio. Si no sabemos no podemos contar. Y un poco de poesía nos hace falta para saberlo decir mejor. Sin metáfora no hay comunicación; la realidad exige talento para contarla. El periodista es un talento en ebullición, en permanente estado de alerta”.

-¿Cree que el papel vivirá?
“Absolutamente; me estoy quedando solo, pero lo creo. El otro día había un chico en la Feria del Libro de Madrid oliendo libros. Me pareció enternecedor. Si no leo en papel me parece que no estoy leyendo. Sé que soy antiguo, pero qué quieren, soy tan antiguo como mis gustos”.

-Y a propósito, ¿cuál fue el último libro que leyó que le apasionó?
“Orígenes, de Amin Maalouf, el escritor libanés; es una reconstrucción emocionante de la vida de sus antepasados. Me hubiera gustado tener esa destreza”.

-¿Hay algo que le gustaría que le preguntaran y nunca lo han hecho?
“Me gustaría que me preguntaras por mi nieto, pero no lo has hecho”.

-Voy a hacerlo ahora: ¿Qué le enseña su nieto? ¿Cómo le ha cambiado?
“Mi nieto me enseña una peculiar forma de ternura y de pasión por la vida; las cosas que le gustan mucho le gustan muchísimo; es muy entrañable ahora cuando me pregunta, por ejemplo, “¿ya te vas, abuelo?”, que es una pregunta que le ha escuchado a su abuela, que suele preguntarme eso cuando juzga que me voy demasiado pronto a cualquier sitio. Él es la persona que le ha dado sentido a los años. He escrito un libro sobre su infancia, la mía y la de mi hija; saldrá en septiembre y se titula El niño descalzo”.