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De punto muerto a primera marcha – Por Miguel L. Tejera Jordán

La política local comienza su andadura. Con pactos mejores o peores. Es lo que toca. Los ayuntamientos tienen que funcionar y no se pueden quedar cruzados de brazos. Porque necesitamos el agua de abasto público para bañarnos cada día y para cocinar el potaje; precisamos del alumbrado público para que gentes con malas, muy malas intenciones, no se nos echen encima después de que el sol se acuesta… O porque hay que pagarle el salario a los jardineros si queremos seguir disfrutando de las flores que crecen en los parques y en los jardines. Que son, entre otras, competencias locales directísimas, muy a pesar de que en las pasadas elecciones los políticos prefirieron hablar de otras cuestiones de la alta política más que de la pequeñita, que es la que nos resuelve el día a día y de la que deberían ocuparse, con prioridad absoluta, alcaldes y concejales. Yo no digo, lector, que los alcaldes o alcaldesas de Madrid, Barcelona y otras grandes ciudades, no se dediquen a la alta política. Porque estar al frente de unas alcaldías de semejante volumen es tarea más problemática y de mayor responsabilidad que estar al frente de un ministerio. Pero aquí hemos olvidado que la inmensa mayor parte de los casi 8.200 ayuntamientos que hay en España son entes que nada tienen que ver con la categoría de la gran ciudad y, por consiguiente, afrontan problemas de menor calado, pero de vital importancia para la ciudadanía, es decir, la inmediata vecindad. Las elecciones locales existen para designar a las personas y los equipos de personas que mejor gestionan los asuntillos aparentemente de poca monta que afectan al común de los mortales. Y, sin embargo, un ayuntamiento no debería pasar de semejante frontera: tener las calles y plazas limpias, garantizar el suministro de agua y el alumbrado público, mantener atendidos los jardines, debidamente señalizadas las calles y avenidas; promover la construcción de viviendas sociales (¡Ay, ay, ay! La gran asignatura pendiente de miles de corporaciones locales que prefieren construir recintos feriales o palacios de congresos en lugar de techos para la gente, su gente). En fin, yo no sé si nuestros nuevos gobernantes locales se van a ocupar de tales cuestiones o si, por el contrario, se van a enzarzar en discusiones más propias de los parlamentos. Cuando ni alcaldes ni concejales son parlamentarios. Sino meros representantes del primer peldaño de la escalera administrativa que se supone debería estar al servicio de los ciudadanos. Los alcaldes y concejales, que pasen la palanca del cambio del punto muerto a la primera marcha, que es la menos veloz, cierto, pero la más potente. Los alcaldes que den calidad de vida y seguridad a sus vecinos repetirán siempre. Los que se entretienen con pendejadas o se las dan de líderes de mayorías que nos les pertenece administrar, que dejen la silla y den el salto a las bancadas de los poderes legislativos, o a los gobiernos de alcance nacional. Olvidar que se juega en el terreno del vecino, del señor y la señora que bajan cada tarde a la calle a tirar la basura en el contenedor correspondiente, es darle la espalda al elector. Y darse una importancia que no tienen ni nadie les ha otorgado. Alcaldes humildes, pero buenos gestores, es lo que necesitamos. Ojalá el coche local no se detenga en la primera cuesta. Porque, sin vida local, la estatal no deja de ser más que un debate televisivo de mala muerte entre tertulianos a cada cual más plomizo. Es decir, pesado.