Ahora en serio

Quedamos como amigos

El sofá de color gris ratón es una escenografía tan anodina como bien pensada para el momento crucial que vamos a vivir.

La refundación y unificación de la Izquierda Verdadera, tan alejada de la Verdadera Izquierda o de la Izquierda Real. No sé. Una se hace un lío con la cosa de los puntos cardinales de la izquierda, que, aquí, nunca se tocan.

Pero estábamos en el sofá.

Y en el momento crucial del encuentro de la Izquierda Renacida esa.

El joven de la derecha (con perdón) de la imagen, coleta, camisa de cuadros, está recostado con ambos brazos (suyos) abrazando el brazo (del sillón) en un enorme pleonasmo. Se le ve suelto, solo figuradamente hablando. Es decir, se le ve suelto, porque esa es su casa y su actitud deja muy claro que es el anfitrión. Pero está, como de costumbre, tenso como una raqueta.

El joven de la Izquierda Única Hasta Hoy, pelo corto, barba suave, atildada camisa, anda atribulado en el viejo conflicto freudiano de matar al padre. Es, precisamente, su padre el que no le deja frecuentar esas amistades a las que está empeñado en atraer a la Izquierda Real. Es un chico sensato. Las únicas veleidades que se le conocen son las de seguir defendiendo a la Cuba castrista y algún coqueteo con el chavismo-madurismo. El yerno que toda madre progresista, la mía incluida, querría tener.

Poca cosa si lo comparamos con su interlocutor, cuyos amigos díscolos andan siempre en líos, cuando no detenidos en manifas o imputados por tuits ofensivos, hablando en lenguas ininteligibles de “la tensión entre el núcleo irradiador y la seducción de los sectores aliados laterales”. Son gente sin temor de dios que lee a Gramsci y está encantada de conocerse. Entre sí y a sí misma, principalmente.

Lo del joven de pelo corto es más sencillo. No tiene ínfulas de intelectual, aunque es muy de Chomsky y, simplemente, ha llegado hasta la cúspide por méritos propios o deméritos ajenos, que lo mismo es en este punto y estado de las cosas. Es economista, guapo, diputado y candidato. Y al que lo llame casta dos guantás le suministra, como Pichi. Porque aquí, casta solo son los que no son nosotros. Que, por otra parte, somos los que repartimos los carnés de izquierdas y las etiquetas varias. A ver.

El joven de la derecha, coleta, camisa de cuadros, es profesor en la Complu, que no hay cosa que más mole de un año y medio a esta parte. Y politólogo. Y todólogo. Y, además, es uno de los ideólogos del nuevo mundo que ha de construirse según sus reglas. Diosito mismo. Muy del pueblo, pero enseñando al pueblo a ser, no sé si me pillan. Porque, a veces, el pueblo anda muy equivocado sobre sí mismo, y somos los intelectuales quienes hemos de conducirlo al redil.

El joven de la izquierda da -hoy, aquí, ahora- un poco de penita. Se le ve cohibido, como el niño que se ha colado en una fiesta y sabe que el de seguridad lo va a echar en 3, 2, 1, así que, total, para qué ponerse a hablar con nadie, si en menos de media cocacola va a estar otra vez en la puerta’lacalle. Esa no es su casa, ni esos son sus colegas, pero… ¡cómo le gustaría que así fuera!

Los últimos resultados electorales avisan de que es la unión o la extinción. Y no puede dejar que los errores de sus progenitores políticos lo arrastren a él al lodo. Es aún muy pronto. Tiene tantas cosas por enseñar a la falsa izquierda, tantos votos que robarle, tantos jóvenes y jóvenas que convencer…¡Sería tan bonita la Unidad Popular!

El de la derecha se permite pasarse la mano por el cabello en un gesto coqueto y sobrado. Sabiéndose cortejado -siempre en sentido metafórico, por favor- y querido y envidiado. Sobre todo, envidiado. Está seguro de que el de la izquierda del sillón es ateo pero, a la vez, sabe quién es aquí el omnisciente: Él, está claro.

Omnisciente y feliz, que no se llame nadie a engaño por la arruga que adorna con gracia su entrecejo. Él es el Izquierdismo Alegre frente al izquierdismo triste. “Esos, que se cuezan en su salsa de estrellas rojas”, dice, entre dientes, mientras piensa: “Pedazo de frase me he currado para meterla en una entrevista”.

Shhh. Silencio. Empiezan las negociaciones.

-Alberto, macho, a mí lo que me molesta es que la gente se quiera tomar fotos conmigo en el aeropuerto, porque no lo hacen por el tema político, ¿sabes?, sino por el famoseo. Y me fastidia un montón.

Alberto duda, repasa mentalmente y se da cuenta de que eso a él, que es mucho más mono, nunca le ha sucedido. Y con un mohín de falsa modestia le contesta:
-No sé, Pablo. Pero, al lío. Entonces, ¿quedamos?
-Sí, sí, Alberto, claro. Quedamos como amigos.

@anamartincoello