DEJA VER

El circo

Cuando era niño, en la trasera de mi casa de Pérez de Rozas, había un solar conocido como el Campito las Vergas. Luego me enteré que era una deformación del lenguaje popular, ya que originalmente había sido el Campito Los Belgas. Ahí, en la que entonces era la calle 18 de julio, se instalaba el Circo. Yo creo que siempre era el mismo. Aunque se anunciaba con distinto nombre: América, Atlas, Berlín, Price, Ringling… Era curioso, porque aunque el circo no tenía fieras, pues lo más que llegaba era a tener perros y caballos, a mi casa llegaba un pestazo a leones, impresionante. Recuerdo la cara de mi madre, cuando me presentaba en mi casa con los niños, hijos de los del circo, a los que había invitado a merendar. Claro, lo que ella no sabía, o quizás sí, es que a cambio ellos me colaban en la función de tarde. Todos los niños del barrio estábamos enamorados de una trapecista con cola de caballo, que lucía unas mallas de red que nos tenía locos. Las islas dieron una figura mundial en esa especialidad, la grancanaria Pinito del Oro. Recuerdo verla arriba del trapecio y su marido en la pista, pendiente por si se producía un accidente.

En aquella época había también circos locales que giraban por barrios y pueblos. El más famoso era el Circo Toti. Solía instalarse bajo el Puente Serrador o en algunos solares cercanos a la Recova. También estaba el Circo Pololo, que se caracterizaba por música, payasos y por hacer rifas entre los espectadores. Ibas al circo y podías regresar a tu casa con una manta o un juego de sábanas. Mi amigo Pepe me cuenta, que su tío, Mora, cada vez que se cargaba le decía al propietario: “Pololo, ponle mosaicos al Circo”. Algunos circos triunfaban con el número de la cabra equilibrista, que subía una escalera y se mantenía de pie sobre una lata. Eran circos familiares en todos los sentidos. El elenco lo formaban miembros de una misma familia y asistían como público familias enteras. Mi amigo Chago me recuerda el Circo Baldeoncito, que triunfaba en sus representaciones en el Barrio de Los Llanos. Su número estrella era el de equilibrio en el alambre. Lo hacían sin red. Pero con la particularidad de que el alambre estaba situado a un metro del suelo. Así y todo, el público temblaba de emoción.

De esa época era Crespo, humorista, que aunque actuó en algún circo, donde más lo hacía era en el Cine Crespo, de su propiedad. Cuando le preguntaban: ¿Cómo estás Crespo?, siempre respondía: “Fuerte como el hierro, de tanto lambetiar la barandilla de la plaza del Príncipe”. Cierto día Crespo comunicó que se iba para Venezuela. Ante tal acontecimiento decidió montar un festival para despedirse del público de Tenerife. Fue un éxito y se hizo una buena recaudación. Tal fue así, que decidió repetirlo poco tiempo después. Al final hizo tres despedidas y nunca se fue para Venezuela. Quizás de ahí viene la expresión popular de: “Tienes más cara que Crespo”. Deja ver…