avisos políticos

Comparaciones

Una de las afirmaciones más repetidas por tirios y troyanos en los últimos tiempos es que España no es Grecia y no corre ningún peligro de llegar a estar al borde del abismo como están ahora mismo los griegos. En principio, la afirmación es verdadera, aunque, a la vista de los apoyos electorales y sociales con los que cuenta Podemos, y de las perspectivas de esta formación en las próximas elecciones generales, da la impresión de que demasiados españoles tienen tendencia al suicidio colectivo, y no les importa despeñarse mientras persiguen utopías de humo y promesas fantasiosas. En un espacio mañanero de la televisión pública de este país, hemos oído atónitos que periodistas supuestamente serios mantenían la peregrina idea de que Tsipras puede llegar a consagrarse como un líder y un referente europeo frente a los actuales dirigentes de la Unión. Hay que ser muy ignorante o muy sectario para siquiera plantear esa posibilidad. Porque lo cierto es que el radical primer ministro griego se ha visto obligado a pedir a su partido y a su Parlamento el apoyo a las duras condiciones impuestas por sus acreedores. Y eso le ha costado quedar en minoría en Syriza, sufrir una cadena de dimisiones en su Gobierno, la rebeldía de algunos de sus diputados y ver reducida su mayoría parlamentaria a unos exiguos tres diputados.

Un Estado como Grecia que debe casi el doble de su Producto Interior Bruto es un Estado fallido, un Estado inviable y en bancarrota, cuya solvencia se encuentra lejos de estar garantizada y del que resulta ridículo e irreal mencionar su supuesta independencia y soberanía. Un Estado, en suma, que ha traicionado a su pueblo y ha conculcado el contrato social que los vinculaba. El nuevo rescate, el plan de asistencia, las ayudas que reciba, el aumento de los impuestos, la reducción de la cuantía de las pensiones y todo lo demás van destinados al pago de los intereses y a sostener precariamente la solvencia de las entidades bancarias helénicas, los cuatro bancos actuales, condenados a quedar reducidos a dos. En tales condiciones, es evidente que Grecia es incapaz de pagar su deuda ni ahora ni nunca, y ambas partes lo saben. Por consiguiente, flota en el ambiente de sus negociaciones el sobreentendido de que se está aplicando un parche, un remedio temporal, que no va a evitar que, a medio plazo, Grecia abandone el euro y vuelva a la dracma, con las nefastas consecuencias sociales y económicas asociadas a dicha operación.

Otra de las afirmaciones repetidas en estos días es que, en realidad, quien está negociando con Grecia e imponiéndole duras condiciones no es Europa sino Alemania y, en concreto, la perversa canciller Merkel. Se trata de una falacia que desconoce dos importantes circunstancias. En primer lugar, que el Gobierno alemán es un Gobierno de coalición del partido de Ángela Merkel con los socialistas, unos socialistas auténticos socialdemócratas, a mucha distancia del actual y desnortado PSOE, que juega infructuosamente a ser más izquierdista que Podemos. Y, en segundo lugar, también desconoce que Estados como Estonia, Letonia o Lituania, que ya sufrieron la presión europea, y tuvieron que someterse a importantes ajustes y realizar serios recortes, mantienen una postura mucho más severa con Atenas que Alemania y Merkel.

Según decíamos al principio, la afirmación de que España no es Grecia es verdadera. Sin embargo, entre los dos países y las dos sociedades se dan curiosos paralelismos e intensas similitudes históricas que parece oportuno recordar, porque es posible que pudieran explicar en gran medida el actual comportamiento político y electoral de sus pueblos y el auge en ellos de las formaciones antisistema. Para empezar, los dos se forjaron históricamente en una interminable guerra de siglos en contra de culturas y civilizaciones no europeas. Este enfrentamiento secular generó una cultura de la violencia y de la intransigencia, que informa su concepción del mundo, y un predominio de la Iglesia cristiana, católica en España y ortodoxa en Grecia, concebida como baluarte de Europa y de la cultura y civilización europeas. Una cultura de la violencia que explica el extraordinario desarrollo del anarquismo y del terrorismo en sus sociedades, por contraposición a las opciones socialistas y socialdemócratas que se imponen en la Europa del centro y del norte. Y, en última instancia, que explica también la cultura guerracivilista que impera en ambas sociedades. Las dos sufrieron crueles guerras civiles (en España hemos sufrido varias, pero nos limitamos a la más reciente), y en las dos proliferan significativos sectores sociales que están obsesionados por ganar una guerra civil que creen haber perdido hace casi un siglo, aunque entonces ni habían nacido.

En definitiva, tanto en España como en Grecia proliferan significativos sectores sociales que ni creen en la democracia ni tienen el menor respeto por la Constitución y las leyes. Se sienten poseedores de la única legitimidad posible, que niegan a sus adversarios (para ellos enemigos), y utilizan la democracia y los procedimientos democráticos no en cuanto un fin en sí mismos, sino en calidad de instrumentos de usar y tirar. En esto se parecen a algunos nacionalismos. Por eso se sienten legitimados para actuar al margen de la Ley con total impunidad. Y eso, tanto en España como en Grecia, tiene mala solución.