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Corralito: cruel invento argentino

Los argentinos nos vanagloriamos de inventar la guagua (allí bautizada ómnibus), el dulce de leche, o el bolígrafo, entre otras cosas. Pero también lamentamos ser la cuna de palabras crueles ante sus consecuencias sociales: hiperinflación, hiperdevaluación y corralito bancario. Esa decisión absolutista de un gobernante, sin respaldo parlamentario, que impide disponer de nuestro patrimonio en bancos, cobrar jubilaciones y salarios completos, o limita nuestro consumo en el exterior, destinando esos fondos a pagar exorbitantes deudas externas e internas contraídas por ellos o sus antecesores. En 2001 Argentina creó el corralito luego extendido a Uruguay y exportado hoy a Grecia con idénticas medidas aunque, advertidos por los propios gobernantes, en todos los casos los grandes capitales “emigraron” días antes. Y en Uruguay, como hoy en Grecia, y aún en Argentina y Venezuela, aparecieron gurúes ofreciendo soluciones, prometiendo que “el que deposito dólares recibirá dólares” -omitiendo decir que llevaría diez años vía judicial-, o que revisarían deuda legitima de ilegítima. Ya en el poder, ninguno cumplió. Como Tsipras en Grecia, el peronismo en Argentina, la coalición izquierdista en Uruguay, y el chavismo en Venezuela, se sometieron al Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, se asociaron a “la casta” culpable, ávidos de poder y futura inmunidad. Como en Argentina, donde el expresidente Carlos Menem es socio del kirchnerismo; en Venezuela, donde algunos adecos y copeyanos estuvieron cerca del chavismo; y blancos y azules acompañaron a José Mujica en Uruguay. Ningún causante ni firmante de corralitos fue detenido, ni sus patrimonios y el de sus cómplices inmovilizados pues los gurúes temen. No de acreedores también culpables al no controlar lo que prestaban, o de imponer altos intereses, sino porque ellos mismos pueden necesitar de “la casta” para lograr inmunidad si incumplen o fracasan sus recetas milagrosas.
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