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Cuentos de otros tiempos

Debe ser el aburrimiento del verano, o tal vez el recuerdo de otros veranos en los que entre luces y cielos eurouefos, nos presentaban fichajes de estrellas, fugaces o brillantes, que amenizaban presentaciones con fuegos artificiales y luces de neón. Posiblemente sea por querer seguir viviendo de cuando un artista disfrazado de presidente se sacaba de la chistera un Redondo, un Makaay o un Jokanovic, y nos deslumbraba con promesas de un club triunfador y envidiado que luego lograba hacer realidad.

Pero como en muchos cuentos e historias con magia, la cenicienta se convirtió en calabaza y llegaron las noches de tormenta, y las dimisiones con relámpagos en forma de modesto equipo gallego que abrió la caja de Pandora en el estadio y destrozó aquel intento de plagio de sueños pretéritos. Nunca reales, nunca realizables. Surgió un nuevo mago que se asomó al castillo destruido, y por momentos logró convertir al sapo en apuesto príncipe, y con aguerridos caballeros con nombre de Nino y Alfaro, recuperaron la prosperidad para las tierras arrasadas por los monarcas anteriores, mas preocupados de traiciones y venganzas que de dar de comer a su pueblo. Pero el nuevo patrón de la tierra prometida equivocó la senda y pensó que ser Merlín era sencillo. Una vez conquistado el nuevo mundo, su escasa altitud de miras lo llevó de nuevo a un maleficio supremo: dos caídas seguidas a los infiernos trajeron hambruna y guerras a sus gentes, que esperaban desconsoladas a que apareciera un nuevo guía que los sacara de pobres.

Entretanto, algunos infelices seguían engañados con recuerdos del pasado, y se pasaban las noches en vela esperando que, el todavía monarca, les trajera alhajas y fichajes en forma de mirlos blancos que en otros reinados sí que atrapaban. Pero se olvidaban que las monedas de plata, otrora despilfarradas, ahora escaseaban y servían para saldar deudas antiguas, y mientras otros pagaban para tener a los mejores arqueros y lanzadores de flechas, el reino del chicharro se conformaba con ver a sus vecinos allende los mares brindar con tropicales bebidas de cebada al conquistar una pieza de caza mayor.

Debe ser el hastío de la canícula y las largas noches en vela, pero todavía hay quien sigue esperando que llegue ese mortífero artillero que rompa redes y virginidades. Pero no; no aceptamos la realidad de un reinado agotado y sin visión de futuro. No sabemos asumir que somos pobres, que no tenemos donde caernos muertos y que las pocas monedas de plata que nos quedan son para saldar viejas trampas. No aceptamos que detrás de un pasado de días de vino y rosas, solo nos queda la fachada de lo que una vez fuimos y no sé si alguna ver volveremos a ser.

En definitiva, no asumimos que tras tantos años de derroches y dispendios, solo nos queda el orgullo de pertenencia.