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Días felices en ‘La Tarde’

1. Cada vez que me acuerdo de mi vida en el vespertino La Tarde (1970-1976) me viene a la cabeza la novela de Jaime Bayly Los últimos días de La Prensa, que pienso volver a leer (tengo la biblioteca tan ordenada que no encuentro nada nunca, a pesar de su exquisita apariencia). Sin falta me paso por Lemus hoy mismo para comprarla otra vez. Me la recomendó mi amiga Mercedes Marrero Bordón, pero no sé si presté el libro o, ya digo, está en un lugar ignoto de mi biblioteca. La Tarde me recuerda mucho a aquel periódico cuya vida postrera contó con tanta brillantez Bayly, uno de los mejores escritores de Latinoamérica y un periodista de oficio demostrado. En aquel periódico -La Tarde- un poco caótico aprendí el oficio de periodista y viví momentos muy divertidos. Mi primer sueldo fueron 7.000 pesetas al mes como ayudante de redacción. Qué pena que perdí mis artículos de aquella época, coleccionados y encuadernados. Los dejé en el archivo cuando me fui, supongo que habrán desaparecido y que no los conservará la Fundación, que ni siquiera sé si tiene sede.

2. Lo digo porque, el otro día, me llamaron de la Filmoteca Canaria para solicitarme fotos de un músico francés que murió en los 70 con mi amigo Juan José Benítez, mientras hacían submarinismo en el Sur, y yo remití a María Calimano al archivo de la Vieja Vesperta -como llamaba a La Tarde mi recordado Joaquín Reguero, paz descanse- y parece que aquello no está nada ordenado. Las situaciones que relata Bayly en su novela las viví yo, clavaditas, en La Tarde. Mi primer carné de periodista me lo firmó don Víctor Zurita, cuya biografía escribí. Lo conservo. En La Tarde no había credenciales: las primeras las diseñamos Jorge Zurita y yo. Jorge tiene todavía un gran espíritu crítico; es hijo de don Víctor, uno de los grandes de la comunicación en España en su época.

3. Qué tiempos, Dios. Si me pongo a recordar, me emociono. Fue, sin duda, mi mejor época como profesional. Allí me hice periodista. Allí viví la penuria de un periódico modesto, pero grande, enorme. Allí conocí a muy buenos profesionales, que malvivían con sueldos imposibles. Ay.
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