Tras el referéndum griego, en el cual la población rechazó mayoritariamente las exigencias de sus acreedores externos, el eje chavista, allende el Atlántico, aplaudió ese “coraje” y “defensa de la dignidad”, según expresaron, palabras más, palabras menos, los presidentes de los países que lo integran. Aplausos y palabras patéticas de quienes, con este referéndum, la propia Grecia ha puesto en evidencia, pues todos cumplen a sus acreedores, y ninguno ha actuado ni actúa igual. Argentina no consultó a su pueblo y paga religiosamente su deuda externa con dinero expoliado a clientes de administradoras de fondos de pensiones expropiadas. Ni Venezuela si podía regalar petróleo por poder regional; o Nicaragua sobre su futuro canal bioceánico que ha generado conflictos limítrofes, ni Bolivia y Ecuador si podían destruir reservas naturales para extraer o transportar hidrocarburos. Aplauden lo que ellos niegan a sus pueblos y Grecia concede. El derecho a decidir y a disentir. Aplauden su propia incapacidad para reconciliarse internamente y mantener la paz social sin presos políticos, como sí vemos en toda Grecia; o para no dividir sino potenciar los bloques regionales Unasur y Mercosur como sí ha logrado Europa, mientras se llaman hermanos latinoamericanos. Aplauden su propia incapacidad para acabar con corralitos disimulados en controles cambiarios, cepos bancarios a tarjetas de debito y crédito en el exterior, y endeudamiento para nacionalizaciones revolucionarias. El eje chavista aplaude creyendo ver en Grecia un nuevo socio por su acercamiento a Rusia. Pero con errores ideológicos más exabruptos verbales, y aún cuando tarde o temprano deba aceptar pagar o abandonar el euro, el gobierno griego ha resucitado el sistema más justo de administrar un país y que crearan sus antepasados: Democracia. El Gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Algo que el Eje Chavista no practica.
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