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Hacerse viejo

1. A medida en que me hago viejo comienzo a valorar que aún pinto algo aquí cuando me llegan noticias de que los queridos colegas, siempre tan atentos y ausentes de envidias, se meten conmigo. Soy consciente de mi popularidad, ganada a base de dar cogotazos durante 45 años en números redondos. Bueno, redondos y cuadrados, porque son 45 años. Varios amigos me dicen constantemente que no diga que estoy viejo porque no es así. En agosto cumpliré 68. No está mal, aunque en televisión veo carcamales de mi época que están que dan pena. Yo al menos me conservo. ¿Y saben por qué? Porque jamás he fumado. Y porque tengo muy mala leche. De aquel periodista que no se conformaba con nada y que decía lo que pensaba queda bastante. Hay cosas que no soporto, que me enervan. Una de ellas es el maltrato animal. Y otra la exhibición de las locas en el Día del Orgullo Gay. Qué le voy a hacer, yo tengo también mis manías.

2. Frecuentemente recuerdo mis primeros tiempos como periodista en el vespertino La Tarde, en los tiempos en que lo dirigían don Víctor Zurita y Alfonso García-Ramos. Estaba yo en el cuartel cuando murió don Víctor, qué gran persona. Y me dio mucha tristeza la desaparición de Alfonso, de cuyo comportamiento personal y profesional y de cuya magnífica prosa tanto aprendí. El académico Gregorio Salvador la comparó con la de García Márquez. Hace poco fui a visitar su tumba, en el cementerio de Tacoronte. “El Tacoronte profundo, que tú amabas”, le escribió su hermano Fernando el día de su muerte. Y Fernando me regaló esos versos. Y Alfonso el original de su mejor novela, Guad.

3. Luego me olvido de todo eso, porque tengo que vivir, y vuelvo a la cruda realidad de esta tierra atormentada por la lava y por la sed, como escribió magistralmente Braulio. Es la cara y la cruz de mi vida, y supongo que la de todos: el pasado y el presente. El futuro para mí ya no cuenta. Otra reflexión más cuando se va acercando el día de mi cumpleaños, que posiblemente no celebraré, como ocurre desde hace una década. Esta década no fue, para nada, prodigiosa, con alguna excepción: hacerse viejo.
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