DEJA VER

Jugar era barato

Recuerdo que en mi infancia jugar era muy barato. Ahora no; ahora no existen juegos a coste cero como nosotros teníamos entonces. Yo tiemblo cada vez que mi hijo me viene con que ha salido el FIFA 2015 o el de la NBA de este año. O peor, cuando comenta que ha salido la Play 3 y ya no le sirve nada de la Play 2 porque, claro, todos los de su clase ya la tienen y él no; y no puede intercambiar sus juegos con nadie. Y además, su videojuego de Fórmula 1 es con Fernando Alonso corriendo con Renault, y ya ha estado en tres escuderías después de eso… (Pensándolo bien, se podía haber quedado en aquella, que no le iba tan mal). Nosotros jugábamos a piola. Uno se agachaba y los otros saltaban por arriba. No había que hacer ningún tipo de inversión. Coste cero. Había un montón de juegos de esas características. Estaba montalachica, guirgo, suértula, marro, siminisierra, la piedra libre… Me acuerdo que ahí, se podía pedir pírdula, que era como una especie de alto el fuego durante un ratito. Y todo a coste cero. Después estaban los juegos que requerían una pequeña inversión. Por ejemplo: alerta. Sólo hacía falta un pañuelo, que sostenía un niño, mientras uno de cada equipo corría a intentar arrebatárselo sin que el contrincante lo tocara. Otro de los juegos que requerían poca inversión eran los boliches. Con tener uno… Si eras bueno, le ibas ganando boliches a los contrarios, que guardabas en los bolsillos de tu pantalón corto. El triunfo te delataba cuando el bolsillo, desbarado por el peso, asomaba por debajo del borde de los pantalones. Y no hacía falta nada más, porque el gongo lo hacías escarbando un poco en la tierra del descampado. Había varias modalidades, pero el de más arraigo era el chis y palmo. No sé a quién le dio por llamar a aquello canicas, con lo bonito que es el nombre de boliches. Otro de los juegos bastante baratos eran las chapas. Las rellenábamos de esperma, del de las velas, claro, y les poníamos nombres de ciclistas. Celebrábamos el Giro, el Tour y La Vuelta a España. Y diseñábamos el itinerario por toda la casa. También estaban las monedas. Se requería una por equipo, una pequeña como balón y media traba de la ropa, que se limaba para dar mejor los efectos. Los grandes estadios donde se jugaban los partidos importantes eran los bancos de la plaza de Los Patos. Nuestro grupo de amigos jugábamos a los botones. Formábamos equipos de fútbol con botones de abrigos o de prendas grandes, y de balón un botón pequeño de camisa. Forrábamos los botones con las caras de los futbolistas que salían en las estampas. Los partidos se celebraban después de comer, en el suelo del zaguán de al lado de mi casa. Duraban hasta que don Antonio, el del segundo, llegaba con una jarra de agua y encharcaba el campo. Era la hora de la siesta. Se buscaba que jugar costara lo menos posible, de tal manera que en el tablero del parchís, si le dabas la vuelta, podías jugar a La Oca. Y en la oferta de la caja que se llamaba Juegos Reunidos, las mismas fichas te servían para distintos juegos. Debo reconocer que cada vez que veo en la tele el anuncio de un nuevo juego, instintivamente me toco el bolsillo con la mano. Deja ver…