Escribo sin pensar en la distancia que me separa de quién no soy. Mi relato es un ejercicio de reflexión sobre lo que me aleja de quién quiero ser.
Este espacio no es geográfico, ni tangible, ni siquiera real. Los recorridos de la existencia no siempre tienen como vocación andar kilómetros para llegar a un destino. En ciertas ocasiones son solo viajes alrededor de un círculo. Un intento para empezar a creer que no solo hay abismo en el final, sino que también hay comienzo en el precipicio.
Nunca me había percatado de que la distancia entre mi realidad y la realidad es un sinónimo de desamor al prójimo; una falta de curiosidad, de acercamiento, de vocación. La separación de ambos universos provoca, cuando se toma conciencia de ello, una sensación de desasosiego. La aparición de un estado de ansiedad constante es inevitable e irreversible.
Pero hay personas que viven en las distancias, que se regocijan en una situación de superioridad tangible pero ficticia, creada a partir de monedas que solo compran el vacío. Y este nuevo género de características inidentificables aprovecha su poder para imponer leyes que les permitan seguir desoyendo el mundo. Quien vive en la distancia, muere en el rencor.