superconfidencial

Perdonen que les estropee el domingo

1. Les voy a contar una historia terrible, que he leído en los periódicos y que me ha sobrecogido. La ha relatado el comisario de Siracusa (Sicilia), tras recoger a 320 prófugos sirios y de otras nacionalidades que abandonaron sus países, huyendo de las guerras, a través de las mafias libias. Viajaban hacinados en un barco, entre ellos una familia compuesta por un hombre sirio de 48 años, su esposa y sus hijos. Una de las niñas era diabética, tenía 10 años y subió a bordo con su mochila, en la que llevaba la insulina que tenía que ponerse cada determinado tiempo. Cuando abordó el barco en el que 300 personas se iban a jugar la vida para alcanzar la costa italiana, uno de los delincuentes libios que organizaba la huida le arrebató a la niña la mochila, con las medicinas. El padre intentó evitarlo, pero le pegaron para que cejara en el empeño. El barco zarpó y la niña murió de un coma diabético, por falta de insulina.

2. Este es uno más de los terribles dramas humanos que el mundo, y no tan lejos de nosotros, vive diariamente. El padre, con gran dolor, relató a la policía que tuvo que abandonar el cadáver de su hija en el mar. Qué terrible y qué duro que estas cosas ocurran en el mundo, en pleno siglo XXI. La Europa de las libertades, la Europa de la solidaridad, tiene que despertar ante este drama que no tiene fin. La barbarie se apodera del mundo y nadie parece tener solución para los problemas de África. Esas ejecuciones del Estado Islámico, grabadas y colgadas en la red, esas persecuciones a cristianos en los lugares en conflicto, todo esto tiene que tener un final urgente. De acuerdo que el mundo civilizado tiene que tomar las medidas precisas para garantizar la seguridad de sus ciudadanos, pero a este conflicto, que se lleva cada día a miles de personas, es preciso darle una solución.

3. Docenas de héroes salen a escena cada día, héroes que no aparecen en los periódicos, ni tampoco se escriben historias más o menos épicas sobre ellos. Héroes completamente anónimos que trabajan por los demás jugándose la vida: médicos, enfermeros, religiosos, cooperantes, algunos de los cuales han pagado con su vida su generosidad. Si los recordamos a ellos, que es nuestra obligación, hemos también de estar atentos a relatos tan tristes como el que nos ocupa hoy, con el riesgo de haberles arruinado el domingo. Porque nadie debe parecer insensible ante tanta injusticia, tanta desigualdad y tanta pasividad de los que teníamos obligación de hacer algo por la vida de esta niña y de miles y miles de niños más que mueren cada día en África, tan cercana y tan lejana al mismo tiempo.