tribuna

La plaga del populismo

Ya lo advertía Aristóteles cuando afirmó que en las democracias, las revoluciones son casi siempre obra de los demagogos. Esta frase escrita en la Antigua Grecia cobra hoy más sentido que nunca, pues si algo estamos padeciendo en la actualidad es el auge de los populismos y la demagogia. Esta semana he tenido ocasión de leer un artículo de Alfonso Galindo, profesor de Filosofía de la Universidad de Murcia, en el periódico El Mundo, titulado La plaga de los populismos en España. Una lectura totalmente recomendable donde su autor detalla las posibles causas para encontrarnos en este punto.

No podemos estar más de acuerdo con él cuando asegura que la crisis de la representatividad de los partidos políticos en general, y de los gobernantes en particular, sumado a los tiempos difíciles que nos ha tocado vivir ha sido aprovechado por líderes populistas y demagogos.

Para entenderlo, basta con señalar que según el diccionario de la Real Academia Española la demagogia es la práctica política consistente en ganarse con halagos el favor popular, y en su segunda acepción asegura que es la degeneración de la democracia, consistente en que los políticos, mediante concesiones y halagos a los sentimientos elementales de los ciudadanos, tratan de conseguir o mantener el poder.

Precisamente es a este tipo de corriente política a la que nos referimos. No hablamos de aquellos que vienen con buenas intenciones a conseguir mejorar las cosas, sino de esas personas que utilizando situaciones reales y los sentimientos de las personas pretenden venderse como auténticos salvadores de patrias.

Para lograrlo utilizan la propia democracia como táctica pura para alcanzar el poder, no para cambiar las cosas, y una vez instalados pretenden acabar con las reglas establecidas que entre todos nos hemos dado, utilizando para ellos mensajes manipulados y apelando al pueblo como fuente de poder.

Populismo que pasa por despreciar a las élites, rechazar a los partidos tradicionales, cuestionar las instituciones, e incluso pretender abanderar el incumplimiento de las leyes con palabras vacías, sin ningún tipo de compromiso real, porque son conscientes de que no podrán hacerlo.

Para lograr esa voluntad popular también es necesario la figura de un líder que agrupe ese descontento. Un guía que se presenta ante los demás como uno de ellos, que habla en su nombre, que dice lo que los otros quieren oír. Con sus discursos nos intenta vender soluciones falsas a problemas reales, con medidas sin fondo ni contenido, apoderándose de la palabra y esgrimiendo mensajes como dogmas de fe, dirigidos al pueblo, al que ven como una masa y no como personas.

De ahí que el índice más alto del populismo sea la demagogia, pues como afirma Galindo, se trata de manipular y ganarse a la gente aprovechando su indignación y su miedo, radicalizando y exagerando los motivos de crítica, reclamando el monopolio de sus aspiraciones e intereses -que justifica aunque sean irrealizables tachando de elitistas a quienes los cuestionan-, adulándola y acaparando su representación.

Lo peor es que intentan dividirnos. O estás conmigo o estás contra mí. O eres del pueblo o eres de la casta. O eres honrado o eres corrupto. O es blanco o es negro, aquí perdemos las escalas de los grises, porque de lo que se trata es de aliarse con posturas extremas. Frente a esta crispación, a esa visión de no vernos como adversarios políticos sino como enemigos, nosotros seguiremos reclamando responsabilidad que se traduce en entender que juntos valemos más que separados, desechando la confrontación, y si la hubiera que sea creativa, y apostar por el consenso y el trabajo común.

No compartimos nunca el hecho de ejercer la política desde el enfrentamiento constante. No nos gusta cuando los que están en política activa utilizan el insulto como arma de defensa de las ideas o cuando se traiciona malgastando los recursos públicos. Nunca nos ha separado de una persona su ideología o su voto. Esperamos por el bien de nuestra sociedad que estemos a la altura de la circunstancias y que sepamos comprender que juntos valemos más que separados. Siempre.

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