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San Benito y La Palma

La reciente Romería de San Benito, en La Laguna, ha suscitado una crítica unánime y fundamentada desde los más diversos sectores, una crítica que denuncia su constante decadencia en los últimos años, la pobreza y escaso número de sus integrantes, y, sobre todo, la conversión de la Romería en un botellón carnavalero, en un espectáculo denigrante y de vergüenza ajena que nunca debió tener lugar. Predominaron los jóvenes con demasiadas copas de más disfrazados con ropas estrafalarias, que remedaban los trajes típicos, y protagonizando escenas bochornosas y de mal gusto. Y predominó una música y una fiesta propias de otros contextos y otros escenarios. En resumen, nada que ver con lo que se supone que es una romería.

Se trata de una crítica que compartimos, porque nos parece pertinente y oportuna. Sin embargo, al mismo tiempo, también nos parece una crítica que se queda en la mera superficie de lo sucedido y no indaga en sus auténticas causas. Y la auténtica y principal causa es que las romerías -y los paseos romeros-, los bailes de magos y demás, que proliferan en primavera y verano en la isla de Tenerife, con secuelas en otras islas, son espectáculos artificiales e impostados, que pretenden representar a un mundo campesino que ya no existe ni puede existir, y, lo que es peor, que lo representan como nunca existió. Y el peligro de semejante falsa representación es caer en el disfraz carnavalero, al borde de la charlotada, que es lo que está sucediendo, y no solo en la Romería de San Benito. Una romería se supone que es una procesión de un santo o una Virgen a la que asisten los campesinos vestidos con sus trajes de fiesta y acompañados de sus animales. Sin embargo, nuestras romerías son procesiones en las que los rebaños, las yuntas, las carretas y hasta los grupos folklóricos son alquilados para la ocasión y para representar un papel. Todo forma parte de un legítimo negocio del que mucha gente vive, pero que no tiene nada que ver con el campo ni con los campesinos, que no existen. En definitiva, los integrantes de la romería son de atrezo, toda la romería es falsa y teatral, y, al final, la realidad es muy terca y termina por imponerse.

Aunque algunos se esfuerzan en encontrar precedentes más o menos remotos, el origen auténtico de las actuales romerías y bailes de magos canarios se puede datar fácilmente en los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo, y es un origen que reside en los Coros y Danzas de la Sección Femenina del Movimiento Nacional, el partido único franquista. El régimen del general Franco fomentó y apoyó el folklore y el costumbrismo (como hacen ahora los nacionalistas), primero por su raíz y su fundamentación religiosas (como decimos, una romería es una procesión de un santo o una Virgen), y, en segundo lugar, porque canalizaba y controlaba las aspiraciones identitarias y nacionalistas, conduciéndolas al nacionalismo español que el régimen representaba (las banderas de las carretas y barcos romeros son banderas españolas, y la bandera canaria es un añadido de los últimos años).

Pero, precisamente porque se trataba de manipular esas aspiraciones identitarias y nacionalistas, el folklore y el costumbrismo que patrocinó el franquismo fueron artificiales, inventados y ahistóricos, igual que lo fueron su versión del pasado español y de la naturaleza de la sociedad española. El nacionalismo canario, y, en particular, ATI y Coalición Canaria, han cometido el error de fundamentar su idea de la identidad canaria en una concepción petrificada en el tiempo y en el espacio de ese híper costumbrismo rural de cartón piedra, romerías, paseos romeros y bailes de magos de Coros y Danzas incluidos. Diríase que para los nacionalistas y la formación nacionalista la identidad canaria es una película de Cine de barrio, en la que los canarios vamos todo el día disfrazados de magos, cantando -mal- las mismas isas y folías de siempre, y con un diccionario de canarismos bajo el brazo. El color local, del que decía Borges era la prueba concluyente de lo no genuino, de lo no auténtico. Y eso, encima, en un mundo globalizado de identidades que se entrecruzan y se influyen mutuamente, y en una región frontera con otros mundos y otras culturas que intentan desesperadamente acceder a nosotros sin renunciar a sus señas de identidad.

Una vez más, La Palma y los palmeros, con sus Fiestas Lustrales, han puesto en evidencia toda esta tramoya artificial de las romerías. En las Fiestas palmeras no hay gente disfrazada de guanche, muestra de un indigenismo imposible y analfabeto, ayuno de investigación y sobrado de falacias. En las Fiestas palmeras no hay gente disfrazada de campesinos ni carretas y bueyes alquilados. Y no los hay porque las Fiestas palmeras representan una tradición auténtica que se remonta a la sociedad isleña del barroco, una tradición constantemente renovada y enriquecida por nuevas aportaciones.

En suma, en las Fiestas palmeras no se manipula la tradición ni se inventa un pasado canario que nunca existió. Y en esa autenticidad indiscutible reside su éxito y su victoria. Cualquiera de los números de las Fiestas Lustrales es más auténtico, más tradicional y más canario que todas las romerías y los bailes de magos juntos. Y nuestros despistados nacionalistas deberían tomar buena nota.