soliloquio

Silencios ‘elocuendes’

El último silencio elocuente lo leí como en otras ocasiones en la curva de la autopista del norte a la altura de donde dicen El Pinito, otro refresco mental con dos piedritas de hielo del tenaz Mr. Anoniman. Blanco sobre verde.

Usted sabe mejor que yo que la elocuencia es un valor a la baja para tristeza de todos, es más fácil el laconismo tuitero de los políticos al uso ¿sabe? Sí, los que se telegrafían para sus entregados acólitos por redes y nubes sociales, las que gustan al amigo Henríquez, y que tanto disgustan a Umberto Eco, el semiólogo que ha analizado como pocos los fenómenos y sistemas de la significación, de los lenguajes , discursos y procesos a ellos unidos. Para entendernos, también de sus trucos y falacias, es por eso que le molesten las redes por las que las quimeras discurren a sus anchas.

Mi silencio se rompe con los ruidos y sucesos que se cuelgan de las liñas del horizonte. Las pinzas para que cuelguen son cristalinas y discretas. Si el silencio conmueve por sus omisiones, gestos, y cualquier otra acción capaz de dar a entender algo con viveza sin sonar, se hace más elocuente que la palabra.

En este país el silencio brilla por su ausencia, siempre se les ocurre algo para romperlo. Observe las imbecilidades de los últimos días, meses y años, y se le subirá la tensión. La mejor de las últimas es la de Pablo, me refiero al que fue a Grecia para ayudar a Tsipras y que no se cae del caballo ni soltándole la cincha, invitando a sus críticos a abandonar el barco si no disfrutan con sus democráticas ordenes.

El otro, el señor presidente que habla poco, también fue a Grecia a hacerle la campaña a Samarás, donde dijo: “Prometer lo imposible genera frustración”. Ahora para desandar lo andado cambia las carillas de sus próceres con la sana finalidad de rejuvenecer la imagen del pepé. A su vez ha destrozado el logo transformando al charrán volador en la boina de sus siglas y envolviéndolo en un círculo. Todo ello para evitar otra pesadilla, se refiere supongo a la de la herencia de marras y a la -pobreza de clase- que nos ha regalado en su legislatura, que quiere arreglar deprisa y corriendo para llegar presentable a sus próximas elecciones, dado que las convocará a su gusto. Lo que tengo bien claro es que es el niño de la clase de parvulitos de la Merkel.

En cualquier caso calma, Alexandre Dumas a mitad del XIX dijo: “Para toda clase de males hay dos remedios; el tiempo y el silencio”. Y, nos queda leer El Quijote este verano.