a veces soy humano

Veranos de niño

Los últimos acontecimientos relacionados con el Balneario de Santa Cruz de Tenerife, aquel viejo punto de encuentro en el que confluimos muchos santacruceros, han traído a mi memoria otros episodios de la infancia. En este caso también relacionados con el mundo acuático, pero con estampas referidas a la vieja piscina municipal Acidalio Lorenzo.

Recuerdo que acudía cada calurosa jornada del mes de julio de la mano de mi madre. A horas intempestivas, las cuatro de la tarde, y bajo el solajero profundo que se colaba entre los laureles de la avenida Benito Pérez Armas, descendíamos desde el barrio de La Salud. El bullicio y el griterío te acogían al entrar a la piscina. Centenares de chiquillos en bañador corrían de un lado para el otro, hacían ejercicios de calentamiento o ya chapoteaban, medianamente ordenados, entre calles y corcheras de la piscina. Aquel necesario invento de los cursillos de verano, para mejorar o aprender a nadar, era punto de encuentro para decenas de madres y abuelas que, una vez entregado el tierno infante correctamente equipado al monitor de turno, se entretenían en animadas charlas, preferiblemente a la sombra.

Saltitos, estiramientos, rotaciones de brazos y hombros. Así comenzaba la clase, en seco. Muchas veces por la manía de no ponerte cholas, llegabas a la gimnasia con los pies recalentados de correr por el exterior del vaso piscinero. Unos con gorros de baño; otros con micro bañadores estampados con la Hormiga Atómica o el Pájaro Loco; pero todos con ganas de lanzarse al agua cuanto antes.

Uno de aquellos monitores, creo recordar que su nombre era Falo, hombre ya mayor con un carácter, digamos que difícil, te obligaba a nadar y a corregir tu escaso estilo entonces con gritos desde el borde de la piscina.

También resulta imborrable aquella imagen de los niños que aún no dominábamos el arte de la natación, con las manos agarradas a un coleto del que tiraba un monitor; hacíamos piernas por el peligroso y profundo foso de saltos. Qué recuerdos.