TRIBUNA

Adiós, Santo Tomás

Ni una necrológica, ni un obituario. No es eso. Este curso, la Residencia Universitaria Santo Tomás no abrirá sus puertas. El centro, propiedad de la Diócesis de Tenerife, es una víctima más de la crisis. Lo argumenta Víctor Oliva, su último director: “Cuando hasta las públicas tienen plazas libres, es imposible sostener una residencia privada”. El Santo Tomás -que así lo bautizamos- merece decir adiós saliendo por la puerta grande. Durante 22 años, cerca de 1.500 jóvenes lo convirtieron en su casa lejos del hogar y allí experimentaron que ser universitario es mucho más que ir a clase y aprobar -o suspender- asignaturas.

A la inmensa mayoría se le hizo más llevadero lo que les iba exigiendo la vida al tener la posibilidad de aliñar los retos con buenas dosis de compañerismo, confidencias, juergas, amores y desamores compartidos. No se olvidan nunca las noches interminables de estudio, los asaderos no aptos para el horario infantil, los campeonatos, las molestias al Seminario, las críticas a la comida y los aplausos a los que triunfaban… en tantas cosas. Tuve el privilegio de ser el primer capellán de esa casa. El obispo Felipe puso en marcha el proyecto dibujando claramente qué esperaba de la institución: acogida, acompañamiento, cercanía de la Iglesia a los más jóvenes y a sus horizontes, una mano firme y amiga para quienes estrenaban etapa académica. Como en otros temas, don Felipe tenía los pies en la tierra mucho más que otros, y sabía que ésa es una labor lenta y poco vistosa, pero de memoria imborrable para quien la experimenta. Una labor de Iglesia al servicio de la sociedad. Yo creo que así ha sido. Vicente, Tomás y yo -el primer equipo- y todos los que han venido después lo hemos aprendido de quienes venían a aprender. Ellos nos enseñaron que quien apuesta por los más jóvenes acierta, que quien confía en sus posibilidades no se equivoca, que todos tenemos dentro mucho más de aquello con lo que llegamos. Tengo en la cabeza decenas de nombres y cientos de rostros, aunque sé que no fui capaz de servir a todos como se merecían. Por Facebook he conocido a los hijos de aquellos que vimos crecer y es inevitable recordar tantas historias de los primeros años: de muchos llantos, de millones de alegrías, de dificultades económicas de algunos residentes a quienes nunca dejamos en la calle por esa causa… Veintidós años han dado hasta para echar de menos a quienes ya viven junto a Dios. Irrepetible amigo Diego. Ni una necrológica, ni un obituario. Ahora que se cierran las puertas es tiempo de gratitud, porque el Santo Tomás fue siempre mucho más que un negocio (nunca dio dinero) o un escenario: fue un proyecto de familia. Seguro que interpreto bien el sentir del obispo Bernardo al dar las gracias a quienes confiaron en nosotros para acompañar a sus hijos. Y creo que quienes tuvimos esa suerte, desde el primero hasta el último, no debemos decir otra cosa que: gracias, perdón y seguimos estando. Quién sabe. Quizá cuando las cosas mejoren…
@karmelojph