nombre Y APELLIDO

Adolphe Quetelet

Por estos días, la bella y sana y costumbre de mirar el cielo mueve auténticas romerías que, desde los abigarrados núcleos urbanos, buscan zonas rurales y costeras para atisbar la anual y popular lluvia de estrellas. Esta fue encajada interesadamente en torno al martirio de un clérigo cristiano -10 de agosto de 258- dentro de la persecución que, tras la ejecución del papa Sixto II, decretaron Valeriano y su hijo Galieno que, con el título de emperadores, gobernaron Occidente y Oriente. Natural de Huesca y archidiácono de Roma, Laurentius fue conocido como el primer archivero y tesorero de la Iglesia, quemado en una parrilla y sus restos enterrados en la vía Tiburtina donde, en el año 380, Dámaso I le erigió una basílica en el solar de su propiedad. Su temprano e intenso culto -su tormento gozó de abundante iconografía desde el Renacimiento- nutrió la leyenda de las Lágrimas de San Lorenzo (las Perseidas), una atractiva lluvia de meteoros de velocidad alta (sesenta kilómetros por segundo, aproximadamente) extendida entre el 11 de julio y el 24 de agosto y muy popular en todo el Hemisferio Norte. Registrado el fenómeno por primera vez en los anales astronómicos de China en el año 36 de la Era Cristiana, hasta 1835, dieciocho siglos después, no se pudo demostrar su aparición de forma cíclica y su punto de convergencia, o radiante, por los efectos de la perspectiva en la constelación septentrional de Perseo. Alcanzó este logro el humanista Adolphe Quetelet (1796-1874), matemático eminente de la Universidad de Gante, académico de la Real de Bélgica y fundador en 1828 del Observatorio Astronómico de Bruselas, que dirigió por mas de cuatro décadas. Entre una larga lista de investigaciones y ensayos, destacaron su Astronomía elemental, donde compiló todos los conocimientos y avances sobre la materia y, especialmente, sus trabajos Sobre la física del globo (1861), y Ensayo sobre el desarrollo de las facultades del hombre, 1869, en la que aplicó la estadística a la sociología y anticipó como “conclusiones capitales”, que los delitos son hechos que pueden conocerse y determinarse estadísticamente; la regularidad y precisión en la comisión de los mismos, y sus factores desencadenantes: el clima, la pobreza y el analfabetismo, entre otros. Aunque sólo sea en esta esquina, nos permitimos darle el título del festival de estrellas fugaces de 2015, tan atractivo bajo los cielos de Canarias, al sabio belga que fue, además, el primer miembro no estadounidense de la American Statistical Association.