superconfidencial

Un diario íntimo

1. De la lectura del Diario Íntimo, de César González-Ruano, deduzco lo interesantes que para los demás pueden ser los pequeños detalles cotidianos, incluida la falta de dinero. Y lo que interesan al desocupado lector. César se gastaba todo lo que ganaba, fue incapaz de ahorrar un céntimo, al contrario que Julio Camba, que yo creo que era muy ahorrador y que vivió en el Palace madrileño una buena parte de su vida. Yo también viví en el Mencey unos años y, en contra de lo que algunos dicen, pagué religiosamente mis facturas; eso sí, Ciga, la compañía del Aga Khan, que explotaba el hotel, me hacía un precio muy bueno, por lo contumaz de mi presencia. Me alegré mucho cuando, más tarde, me encargaron un artículo para el libro que glosaba la historia del Mencey, un hotel extraordinario, al que voy con frecuencia, pero con economía de jubileta; al café. En ese hotel conocí yo a Elizabeth Taylor y a Richard Burton, por ejemplo. Volviendo a César, cuando no tenía dinero se metía en la cama. Yo, cuando no tenía dinero, salía a buscarlo. Ahí hay una pequeña diferencia.

2. Lo más fastidioso para un escribidor de todos los días es que te conviertes en un nudista, lo quieras o no. Tiendes a contar todo lo que te ocurre, pierdes el pudor y acabas dando a tus enemigos, a los que generalmente no conoces, los argumentos necesarios para que se metan contigo. Y eso utilizando precisamente lo que tú cuentas, como si ellos lo hubieran averiguado por sí mismos. Los enemigos son idiotas y los lectores muy olvidadizos. Ahora se meten conmigo porque he escrito a favor de Jerónimo Saavedra, del que soy amigo desde los tiempos del IUDE, germen de una universidad democrática. ¿Cómo me voy a meter con un viaje de Jerónimo por hacer una escala en París? Vaya gilipollez.

3. Qué antiguo queda también eso de meterse con los periodistas, como si matando al mensajero se librara uno de las malas noticias. Están ahí, las buenas y las malas. Julio Camba terminó su vida con miedo a salir del Palace. A mí me pasaba en el Mencey. Estaba tan bien dentro que no quería ver la calle. Cuenta la leyenda que me recluía en mi suite con algunas azafatas, pero eso no lo recuerdo; debo estar perdiendo la memoria.

achaves@radioranilla.com