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Educar en bienestar – Por José Juan Rivero

Alguien dijo alguna vez que somos víctimas de nuestro pasado, en cierto sentido y bajo una visión pesimista podría ser cierto, aunque yo diría que somos potencialidades o víctimas de nuestra historia de vida. Los estudios realizados en este sentido nos plantean que nuestro entorno educativo, nuestros recursos sociales, culturales y económicos, nuestras vivencias afectivas, etcétera nos van moldeando, como lo haría un alfarero en su torno.

¿Sabías que los factores que definen la vulnerabilidad social van a ir definiendo nuestra personalidad futura, nuestros miedos? ¿Que nuestra historia de frustraciones infantiles, y como estas son abordadas por nuestros padres y madres, van a incidir en cómo afrontamos e intentamos solucionar nuestros problemas futuros, en cómo nos trazamos planes de vida, en nuestro afán de crecimiento y superación personal? Es tan simple como que de pequeños hayamos vivido una crisis económica, o que la economía familiar no se haya movido en unos mínimos, o incluso peor, que hayamos vivido en momentos de pobreza, y ese alfarero que es la historia de vida personal nos hará curvas y rayas en nuestra forma de ser, en nuestra concepción personal, en nuestra autoestima, etcétera. Sucede lo mismo con la educación que recibimos, con aquel profesor que recordamos, con aquellos amigos que no tuvimos y con aquellos miedos que no vencimos. Sin duda es tan importante que cada cual juegue el papel que le toca en nuestra vida. Es decir, que la escuela nos prepare para superar las crisis personales y sociales y nos dé herramientas para crecer como personas felices y no solo en los resultados académicos. Que en nuestra realidad social se den los apoyos y posibilidades que ayuden a nuestras familias en situaciones de vulnerabilidad social, que nuestras comunidades crezcan como entornos favorecedores donde expresarnos y no limitadores y frustrantes, ofreciéndonos modelos de vida en los que encajan unos pocos elegidos. Y sobre todo, que nuestras familias, nuestros padres y madres nos potencien como personas autónomas y felices. Para ello es fundamental que cambiemos la óptica y abramos el objetivo de nuestras potencialidades como padres, madres, educadores, dirigentes políticos y todas aquellas personas que convivimos y que somos potenciales educadores de nuestros menores. Debemos de fomentar la educación en valores y fortalezas vitales que nos hagan adquirir sentido, de potenciar la gestión emocional que nos ayude a luchar contra el miedo y a tolerar mejor nuestras frustraciones, pero sobretodo debemos de crear posibilidades de bienestar para nuestros hijos e hijas: ¿te apuntas al cambio?

*Psicólogo y miembro de la Sociedad Española de Psicología Positiva