POR QUÉ NO ME CALLO

Elegías de agosto

¿Es agosto un mes afable, asertivo, fanfarrón o un mes malencarado? Pues se ha ido, se va hoy. Creo que puede decirse que como mes ha supuesto un descalabro de tiempo, una calamidad de mes. Las muertes mal llamadas de género que aquí ya ponderamos y la tragedia de los desplazados de Iraksiria a través de los Balcanes retratan un agosticidio como pocos hubo. O quizá, para nuestra amnesia, se repite este ceremonial del infausto agosto desde inmemorial fecha, y la vida es una tómbola, como le cantó el Subcomandante Marcos a Manuel Vázquez Montalbán en la selva una noche. La buena o mala fortuna de agosto, que es un mes tostonazo que nunca se termina de despedir, siempre está yéndose de vacaciones y se perpetúa en la necrológica de la actualidad, que es la lógica fatídica del mes de marras. El kamikaze de 39 años vecino de Santa Cruz que enfiló su coche el sábado, a las 7,44 de la mañana, en sentido contrario por la TF-1, hasta empotrarse contra otro vehículo que circulaba por su carril, causando su propia muerte y la de su víctima inocente, de 61 años, de la Laguna, ilustra retorcidamente ese mal colmillo de agosto. Mes de moneda al aire, con desigual suerte. Podríamos hablar de sobrevivir a agosto, que es este mes cementerio de ahora mismo en Europa donde Donald Trump se pondría las botas expulsando inmigrantes como al cerdo trotskista de Rebelión en la granja, la novela de Orwell que está cumpliendo 70 años entre tanto. La tiranía de agosto; pues la opresión es el tema central de esa alegoría del también autor de 1984, dos fábulas que conviene releer en agosto, por ser el mes en que España baja los brazos y se pone de moda tener entre manos un libro bajo el sol, matar el tiempo y el gusanillo, matar a agosto. Luz de agosto, escribió Faulkner, esa simbiosis de racismo y violencia que nos sigue arañando los cimientos de Europa, trasunto del Yoknapatawpha mítico del escritor de Misisipi. En agosto terminó de escribir Rulfo, hace 60 años, Pedro Páramo, que es una novela donde pasean los muertos su indolencia rural y una retranca atravesada que se parece a este mes funerario. En la efeméride editorial, algún que otro párrafo ha merecido una cita aparte. Comparto este en que dos personajes hablan. Juan Preciado comenta con Abundio Martínez que sus madres los malparieron en un petate, y este dice, “No me acuerdo”. Preciado le espeta: “¡Váyase usted mucho al carajo!” Cosas de muertos, humor tieso. Mal humor el de agosto, por cierto. Ni las viñetas hacen gracia, como si hasta la inspiración se agostara. En aquella entrevista en que Montalbán me contó que Marcos le cantó el tema de Marisol en su escondite de Chiapas, le pregunté el origen de Pepe Carvalho: nació en su imaginación escribiendo en la cárcel agrícola de Lérida las historias de los reclusos que le pedían que redactara la petición de cada uno con ocasión de un indulto general. Ahora pienso en Carvalho, en vísperas electorales de su feudo, en cómo habría reaccionado aquel investigador peatonal (la definición me la dio su autor) ante esta barbarie de lobos solitarios y éxodo de mar y alambrada, esta desmesura de corrupción que se ha hecho convencional en Europa este siglo, bajo un nuevo descreimiento ideológico, todo eso, que en agosto se aviva como si se pusiera al rojo vivo, mes de calentura general. La palabra es asfixia. Los muertos sin aliento en un camión frigorífico abandonado en la autopista entre Austria y Hungría, y los niños posteriores rescatados en estado crítico en un trance semejante, evidencian un tráfico desalmado de vidas humanas, que solo en Alemania han supuesto 1.700 contrabandistas de personas arrestados en lo que va de año. Se me ha hecho largo el hastío de este mes, apenas vacunado para digerir las malas noticias enconadas del mundo, del país, de la autopista del sur. Mañana viene septiembre y trae los pies mojados, con las elecciones catalanes bajo el brazo (el 27) y las griegas (el 20). En Barcelona, adonde ha vuelto mi amigo Emilio Machado a proseguir pintando sus telas vitalistas de lo moribundo tras un ciclo de cuadros blancos memorables, es un hervidero por los comistrajos del 3% que dijo en su día Maragall, y que ahora interfiere, como quien no quiere la cosa, en el proces. Emilio vivía encerrado en su casa de Santa Cruz, con pocas ganas de amigos latosos (los agostos). Tenía todo el tiempo para pintar en clausura y dosificaba los turnos de las visitas. Cuando pinta, pinta como Picasso, sin parar. Pero en Canarias casi nadie se enteró de que Emilio estaba aquí tras media vida en Cataluña y Nueva York; lo llamaban para ser jurado del Premio Canarias de Bellas Artes y nadie preguntó antes si ya se lo habían dado a él, que era cabeza de lista de posibles nominados. La crítica lo ignoraba o él a ella, salvo Guillermo García Alcalde, me consta. Expuso sus persefonías en Mapfre (Las Palmas) y la Academia Canaria de Bellas Artes le dio el Premio Magister. Lo siguiente fue el olvido. Ahora que está autoaislado en Barcelona es posible que se acuerden de él en las islas, como siempre. Esto que hago es provocar que así sea. Emilio es un pintor poeta que está de vuelta de los exilios, como un día me dijo Ernesto Cardenal, que había salido de Nicaragua con un permiso especial, pues Daniel Ortega lo tenía condenado a no salir de casa (Ortega no tuvo nada que ver con lo de Emilio, por si acaso). “Viniste a visitarme/ en sueños/pero el vacío/que dejaste cuando/te fuiste/fue realidad”. ¿Por qué Emilio y Cardenal se me aparecen juntos el último día de agosto? Solo sé que su vacío es real. Pronto estaré por América, donde septiembre recuerda a Allende, a Neruda, a los versos del Capitán.