soliloquio

¡Hasta pronto, agosto!

Como no puede ser de otra manera hasta que deje de ser posible, siempre en agosto le quito un año a mi calendario vital. Haciendo números con la libreta de siempre y el lápiz mordido por el tiempo creo haber arrancado 57 láminas al álbum de esta humilde vida jalonada de experiencias. Luces y sombras, risas y lágrimas, experiencias y aventuras, sueños y hechos, y tantas maravillosas dicotomías han sido la sal y la pimienta de mi existencia desde mi nacimiento en Bata hasta La Laguna de hoy. Celebré la tribal fiesta rodeado de mis más íntimos, o sea, mi mujer, mi tres hijos y Damon el de casa, una pequeña gran tribu por la que fluye una libertad comprometida. Uno de los días más gratos que recuerdo; un buen desayuno con su tarta de cumpleaños, unas cervezas rojas de dorada, y una sencilla pero rica cena en la República del Rugantino. Un verano bañado en lectura y escritura entre charcos. Ha sido un deleite, ordenar notas y textos guardados no se sabía dónde. Paseé por Garachico, El Médano, El Porís y por La Laguna, lugar al que me aferro desde niño. Mis Macondos del alma.

Encontré un texto de Pío Baroja que rezaba: “Hay siete clases de españoles…”, sí, como los siete pecados capitales. Esto es: los que no saben; los que no quieren saber; los que odian el saber; los que sufren por no saber; los que aparentan que saben; los que triunfan sin saber y los que viven gracias a que los demás no saben. Estos últimos se llaman a sí mismos “políticos” y a veces hasta “intelectuales”. Con estas palabras, allá por 1904, sorprendía a sus amigos de tertulia; Valle Inclán, Azorín, Gutiérrez Solana y otros amigos en el Nuevo Café de Levante, en la calle Arenal.

Al igual que Unamuno, Pío abominó de los nacionalismos. Se reía de las poses al uso, lo que concretó en su divertida sátira Momentum catastrophicum. Lo escrito en este libro, tan solo cambiando la chapela por la barretina, se podría aplicar al movimiento aislacionista catalufo. Más de un siglo después, la tensión de los que fingen que saben y discuten sin cesar para tapar sus vergüenzas o inquinas sin apagar, existe y existirá.

Para Baroja, los nacionalismos sólo podrían aspirar a la modernidad y liberarse de la pseudo-tradición con “una seria e intensa campaña de cultura y verdad, pero no lo creo posible”. Sé que para los chapelaundis y catalufos, artistas del discutir continuo sobre las fes relevantes, sería grato como ensayo hacer del río Llobregat un pequeño país limpio, agradable, sin moscas, sin frailes y sin carabineros. ¿Sueños con truco? No lo dudo.

Por cierto, subamos tranquilos el mes de septiembre; no pasa nada distinto.