SOCIEDAD

Hubo lágrimas, pero no de San Lorenzo

Los majestuosos rayos suelen ser dignos de ver, pero no cuando espantan a las pobres Perseidas. / DAMIAN CRUZ
Los majestuosos rayos suelen ser dignos de ver, pero no cuando espantan a las pobres Perseidas. / DAMIÁN CRUZ

Por Damián Cruz Latorre

Son casi las doce de la noche del miércoles, arriba en Las Cañadas del Teide, por la zona de las Minas de San José. Los curiosos que van llegando aparcan donde pueden y, tímidamente, salen de los vehículos, dejan escapar algún sonido de admiración y piensan: “Quizás estaría mejor dentro del coche”.

Y no es de extrañar. No había rastro alguno de las Perseidas en el cielo, por mucho que uno las buscase con la mirada, abarcando el cielo en su inmensidad. Tan solo una gran marea de nubes ondeaban en lo más alto, visibles cada vez que un relámpago ahuyentaba la oscuridad imperante con su furia celestial.

Algunos de los presentes se aventuraban hacia el paraje, armados con linternas, bocadillos y la férrea voluntad de querer ver alguna lágrima de San Lorenzo antes de rendirse y regresar a casa.

La lluvia, que iba y venía en intervalos muy irregulares (casi parecía que disfrutaba mortificando a los aventureros), no ponía las cosas fáciles; y el viento, para rematar la faena, hacía que atravesar los páramos de las Minas de San José se convirtiese en una tarea que entrañaba el peligro de tropezar con la adversidad (o una piedra) y aterrizar forzosamente en el suelo.

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Los rayos y las centellas fueron el rey y la reina durante el transcurso de la noche. Trazaban rumbos erráticos en los cielos, con el resplandor del relámpago iluminando el escenario para su danza. De vez en cuando, se podía oir el rugido del trueno, aunque este se mantuvo en silencio la mayor parte de la velada. No servía de mucho consuelo: la poca confianza que uno podía mantener pensando “si no se oyen es porque están lejos” se disipaba a los pocos minutos, cuando el estruendo silenciaba cualquier conversación que se estuviese manteniendo.

El frío era, curiosamente, tolerable, y hubiera permitido que la tertulia fuese memorable (en el buen sentido), de no ser por los otros factores que tuvieron lugar. Y, en líneas generales, esa fue la gran noche en la que, supuestamente, las Perseidas alcanzarían su máximo. Quizás lo hicieron, pero ninguno pudo verlas decentemente, pues estaban muy ocupados tratando de salir de Las Cañadas del Teide, rezando para que los conductores que iban formando cola se dieran un poco más de prisa antes de que a algún molesto rayo se le cruzaran los cables y le diera por fulminarlos a todos.

[sws_grey_box box_size=”100″]Pero… ¿qué son las Perseidas?

-Las lluvias de estrellas tienen lugar cuando la traza de partículas de polvo y rocas que dejan los cometas en su órbita entran en la atmósfera de la Tierra y se volatilizan produciendo un efecto luminoso: los meteoros. Destellos que no son estrellas, como explica el Instituto Geográfico Nacional, el cual señala que en la madrugada del 12 al 13 de agosto ocurre que el planeta cruza la órbita del cometa Swift-Tuttle, que tiene un período de 130 años y que pasó cerca del Sol por última vez en 1992, y dicha órbita se encuentra llena de partículas pequeñas que fueron liberadas por el cometa en sus pasos anteriores.

-Cuando estas partículas entran en la atmósfera terrestre, la fricción las calienta hasta vaporizarlas a gran altura, y durante unos segundos brillan como si fueran estrellas, pero no se trata de astros, sino partículas de polvo incandescente.[/sws_grey_box]