DESPUÉS DEL PARÉNTESIS

Inmigrantes

La desproporción no se puede ignorar. Luego, ante lo que hoy ocurre (más de 150.000 inmigrantes en un año en las costas de Italia y Grecia), lo que aconteció en años pasados parece una broma. Pero explica. El gobierno de la España toda exclamó entonces, los nacionalistas canarios sacaron a relucir su ingenio (si nos jactamos de no sé cuantos millones de turistas al año, aquí ya no cabíamos ni de pie, se les oyó) y hubo preclaros políticos que propusieron invertir en África el dinero del IGIC, para parar la sangría. Soberbio. Porque no eran blanquitos que pagaban y mantenían la economía sino negros que no traían ni un euro y necesitaban ayuda para comer y para prosperar.

Mas hoy el problema no se reduce solo al hecho incuestionable de que en toda la historia de los hombres siempre ha habido desplazamientos. Recordemos a los canarios que de manera clandestina accedieron a las costas de América. La contrariedad resulta otra: nunca en la historia de la humanidad ha habido tal cantidad de refugiados a causa de la guerra y de los conflictos, en la África profunda, en el norte o en Oriente Próximo. La cuestión no es que esas persones deseen vivir en el otro lado por sus prestaciones, la cuestión es que esos seres humanos han de huir de sus territorios devastados o de quienes los pueden hacer desaparecer de este mundo sin conmiseración.

El asunto, pues, no es que unos individuos decidan abandonar el espacio de su conocimiento, de su identidad, para ser otros, en un lugar extraño y desconocido, ese que se encuentra más allá del charco de agua salada que con dificultad han de atravesar. El asunto es que donde había casas ahora hay escombros, que donde había familia ahora hay muertos, que los conocidos, los que asignaban a la faz un nombre, han desaparecido, que un soberbio mandatario bombardea indiscriminadamente posiciones civiles o que unos degenerados del libro sagrado llamado Corán sientan su primacía degollando cuellos si no se les sigue o si profesan cánticos a un Dios distinto al suyo.

¿Cómo proceder ante las peticiones de asilo, nosotros que somos la conciencia del mundo desde épocas pretéritas, nosotros que hemos aplicado razón a los discernimientos y nos consideramos dueños de eso que se llama democracia?

En vez de desplegar con firmeza la diplomacia o una acción militar contundente si fuera necesario para parar la catástrofe, las imágenes son aterradoras: cierre de fronteras y kilómetros de alambradas con púas.

Es decir, desdichados a un lado y nosotros a consolar a la señora Merkel por soportar a los esbirros de la indecencia y del racismo, o apuntarnos en la lista de Donald Trump (de familia escocesa y alemana) porque no está mal que pretenda levantar un muro contra México o expulsar de EE.UU. a 10 millones de personas. Tales razones hemos de sopesarlas, en razón a la pureza de raza amenazada por la proliferación de negros, de morenos con turbante o de hispanos que ocupan la nación y paren como conejos.

La inmigración de la que hablamos es sin duda una desgracia. Eso lo reconocemos, siempre que no nos pese demasiado en el bolsillo o tengamos que sacar más aviones de los debidos a los cielos.
Por eso la desdicha se repite y se repetirá con los años.