tribuna VILLERA

La luz que trajo Othoniel

No tengo claro si la luz está conformada por partículas o por ondas. O por la dualidad partículas-ondas. Lo cierto es que tengo que remontarme a la mitología clásica para preguntárselo a Prometeo -promotor de las luces del fuego- o a Diógenes, a quien le gusta caminar por las calles con un farol encendido en busca de hombres honrados. Prefiero a Prometeo por ser innovador con la luz e inventor del sacrificio, así como protector de la civilización humana al purificarla con el fuego. Pero he de reconocer que en el mes de agosto de 2015 la luz que me faltaba la trajo el amigo Othoniel desde Cuba, con su nuevo libro sobre Tertulia Habanera. Hablaba de músicos y literatos, entre otros de Lecuona y de Hemingway, respectivamente. También de nuestra admirada cubana Dulce María Loynaz, Premio Cervantes en 1992, quien escribió en 1958 acerca de las estrellas, al tratar de manera pulcra la idiosincrasia del campesino canario en su novela de viajes Un verano en Tenerife. Lo exalta de tal manera hasta el punto que lo compara con los astrónomos y los poetas, al ser las únicas personas que saben cómo están colocadas las estrellas en el cielo, porque mirar al cielo, nadie mira excepto ellos. Incluso saben cómo se llaman. Es cuestión de tiempo y de conocimiento. La visita de Othoniel coincidió con un día muy especial, la festividad de San Lorenzo, mártir español que vivió y sufrió el fuego en la Roma clásica, a mitad del siglo III d.C. Es bien conocido por sus lágrimas, ya que las relacionan con las Perseidas, esos luminosos meteoros veraniegos que alumbran la bóveda celestial, de Canarias, a mitad de agosto, por encima de los observatorios del IAC, en Izaña y en el Roque de los Muchachos. Entonces nos acordamos de otro enamorado del cielo canario, Alejandro von Humboldt, cuando en 1799 hizo observaciones astronómicas mientras subía al pico del Teide, y de su amigo Goethe, quien antes de morir en Weimar años más tarde, gritó: ¡Luz, más luz! Y de ahí quizás vino la admiración por este polifacético prusiano por parte de otro personaje universal, su paisano Bethoven. Es que la luz es lo que nos hace falta, lo que necesitamos para ilustrarnos, para satisfacer una gran demanda sentimental como es iluminar nuestra mente para incrementar el conocimiento. Quizás por ello otro Cervantes, premiado en 2006, como es el caso del asturiano Antonio Gamoneda, comienza su poema sobre la Agricultura escribiendo: “Qué valdría sin pisadas humanas / esta pobreza que hace crujir la luz…”.