Nombre y apellido

Marilyn Monroe

Cada año, los días previos y posteriores al 1 de junio y al 5 de agosto la prensa de todos los alcances, lugares y colores y las editoriales populistas y las rigurosas evocan la excitante vida de una mujer singular que alargó su fascinación más allá de la muerte. Así se cuentan de modo prolijo sus humildes orígenes, se exaltan sus indiscutibles encantos, se reavivan sus excesos y se refrescan, con datos nuevos o refritos, los tortuosos episodios y las teorías conspiratorias que envolvieron sus últimos meses, incluidas las famosas relaciones cruzadas y sucesivas con los hermanos John y Robert Kennedy y, claro está, su fallecimiento, según la versión oficial, provocado por una sobredosis de somníferos. En este verano, como en los anteriores, los tiros tienen doble recorrido. Por un lado, entre el negro y el rosa, tratan de los postizos, trucos y apliques con los que, supuestamente, Norma Jeane Mortenson mantuvo hasta el fin de sus días su exuberante belleza, descubiertos por Ron Hast y Allan Abbot, los agentes funerarios de las estrellas de Hollywood. Según revelan en el libro Pardon My Hearse, cuyos aspectos más escatológicos fueron anticipados por la prensa amarilla, la mujer más deseada de su tiempo usaba algodones dentro de los sostenes “para aumentar el volumen de sus pechos, dentadura postiza y tenía una apariencia deteriorada para sus treinta y seis años”.

En estas memorias que, como todos los trabajos dedicados a Marilyn, lleva camino de convertirse en un best-seller, Hast y Abbot ratifican la versión oficial de la autopsia practicada por el doctor Thomas Noguchi que, “después de una meticulosa observación no encontró ninguna otra causa para su muerte que la ingestión voluntaria y excesiva de Nembutal”. Por otra parte, y frente al tópico que hace de Marilyn “una rubia falsa y superficial”, artículos, documentales y reportajes televisivos la recuerdan como una mujer libre e inquieta, demócrata y progresista, castigada por las relaciones difíciles y más culta de lo imaginable, lectora compulsiva de Ernest Hemingway y James Joyce, y entrañable amiga de Truman Capote; una actriz que pidió, sin resultado alguno, papeles dramáticos para mostrar las cualidades que sus íntimos le reconocían y que para darse a sí misma las oportunidades que Hollywood le negaba, con su dinero y la ayuda del fotógrafo Milton Greene creó una productora y un estudio que no llegó a funcionar por su temprana y lamentada muerte.