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De la obra a la finca (y viceversa)

SUJA 15
SUJA 15

Un trabajo duro, pero mejor remunerado. El boom inmobiliario hizo que muchos jóvenes cambiaran la finca por la obra, y que en vez de cultivar papas o plátanos, cargaran bloques y ayudaran a levantar miles de viviendas que transformaron el paisaje canario. Cuando estalló la burbuja este escenario se vino abajo: la construcción dejó de absorber a chicos sin cualificar y expulsó a obreros y capataces que habían entregado casi toda su vida a la profesión. La agricultura se convirtió en una opción y muchos hicieron el camino de regreso. Sigue siendo un sector minoritario en la economía de las Islas, pero se ha convertido en el único que no ha mantenido la ocupación desde que comenzaron los problemas económicos. Según el Instituto Canario de Estadística (Istac), Canarias contaba en 2008 con 24.940 personas trabajando la tierra y el año pasado con 24.940. Ni la industria ni los servicios han resistido tan bien.

Jóvenes y menos jóvenes se armaron de valor y volvieron al campo, pero lo hicieron para autoabastecerse. Estaban convencidos de que su situación era temporal y de que encontrarían trabajo, pero mientras llegaba ese momento pensaron que la agricultura sería un complemento a la prestación por desempleo que percibían. Llenarían la despensa con sus propias frutas y verduras. La crisis, sin embargo, resultó ser más larga de lo que pensaban. Dejaron de cobrar el paro y sus huertas se convirtieron en la única fuente de ingresos. Esta agricultura de subsistencia generó también una agricultura sumergida: personas que eludían los canales convencionales, que vendían en cualquier arcén o de puerta en puerta.

A estas conclusiones han llegado dos profesores del Departamento de Geografía e Historia de la Universidad de La Laguna. Carlos Martín Fernández y Víctor Martín Martín han investigado el fenómeno y han publicado un amplio artículo en la Revista Cubana de Antropología Sociocultural sobre cómo la crisis económica y el incremento de las cifras del paro hicieron que muchas personas decidieran replantar sus propiedades o, incluso, incorporarse por primera vez a la actividad primaria.

Entre el año 2000 y 2008, cuando empezaron las dificultades, las soluciones para afrontar el abandono del espacio agrario no pasaban por incrementar la producción de alimentos. “Las contadas propuestas para las áreas agrícolas de medianías se centraban en apoyar la producción, no de una necesaria cantidad de alimentos, sino de una minoritaria calidad de alimentos (agricultura ecológica), mantener la actividad agrícola como una pervivencia cultural vinculada a los servicios (turismo rural), mantener este espacio como fundamento del paisaje tradicional de las Islas (espacios protegidos) y preservar el sostenimiento ecológico evitando la erosión y los incendios?, explican los autores. Esta situación, sin embargo, cambió a partir del año 2008. “La crisis económica supuso el regreso al sector primario para muchas familias demandantes de alimentos?. Este sector se encuentra ahora en un proceso de reversión, lenta pero constante, que guarda relación directa con el crecimiento del número de parados que se han ido sumando en los últimos años a los listados oficiales de desempleados.

La necesidad

La vuelta al campo fue la primera opción para muchos desempleados canarios. Tras décadas de pérdidas de activos agrarios, 2010 fue el verdadero año de inflexión. El Archipiélago fue la comunidad autónoma que registró el mayor aumento de ocupados en este sector con respecto al año anterior: 606 nuevos trabajadores se incorporaron al sector primario, lo que se tradujo en una subida del 27%, según la Encuesta de Población Activa (EPA). El sector se convirtió, en palabras de los expertos, en “cobijo para demandantes de empleo”. A estos datos habría que añadir la incorporación al campo de una gran cantidad de trabajadores que no aparecían como nuevos activos: muchos se mantuvieron en las listas como demandantes de empleo a la vez que cultivaban fincas propias o arrendaban tierras de otros. El trabajo de campo que llevaron a cabo los profesores se prolongó hasta agosto de 2013 y confirmó que el crecimiento se mantenía constante y que la actividad productiva de subsistencia era muy superior a la registrada en las estadísticas oficiales. Los datos de las últimas EPA avalan que el buen comportamiento de la agricultura se mantiene.

La incorporación de estos nuevos activos a la agricultura se produjo en dos fases. La primera tuvo lugar de forma inmediata a los primeros efectos de la crisis. “Pronto, muchos trabajadores expulsados del binomio construcción-servicios, propietarios de tierras, acudieron a estas o intensificaron su contacto con las actividades agrarias. Unos, incluso, se dieron de alta en la Seguridad Social, pero la mayoría se limitaron a dedicar más tiempo a sus explotaciones de fin de semana, que pasan ahora a ser más intensamente trabajadas”. En esta fase, el objetivo es el autoconsumo, “servir de complemento a los mecanismos de protección social (subsidios de paro o jubilaciones)”. Esta fase duró poco tiempo. La profundización de la crisis hizo que las familias tuvieran que cambiar de estrategia y ampliaran la actividad agrícola desde la subsistencia hasta el comercio de algunos excedentes cultivados para el mercado local. El problema es que buena parte de esta actividad -sobre todo la comercialización- se empezó a realizar fuera de los cauces administrativos y la intermediación legal.
Henry Sicilia, presidente de la Asociación de Agricultores y Ganaderos de Canarias (Asaga), está convencido de que este escenario ha ido cambiando durante los últimos años. “Al principio de la crisis era un problema -admite-, pero ahora, por lo menos en Tenerife, está todo bastante regulado a través de cooperativas. La gente acaba dándose cuenta de que la manera de ser más competitivos es estar unidos y la venta ambulante está más controlada”, dice. “La forma de revitalizar la agricultura en Canarias -una crisis- no ha sido la mejor, pero es una buena noticia que se recuperen áreas que estaban sin cultivar”. Se ha visto especialmente en la zona del norte de Tenerife, donde “chóferes y obreros que en su día dejaron los estudios han encontrado otra oportunidad de ganarse la vida”.

Algunas organizaciones sin ánimo de lucro han contribuido en la formación de todas esas personas que decidieron “reconvertirse” de un día para otro. Cáritas lleva varios años desarrollando un proyecto de formación y emprendimiento en agricultura ecológica para ayudar a estos “nuevos agricultores”. El proyecto Buscándome las habichuelas estaba focalizado inicialmente en los jóvenes, pero terminó ampliando la franja de edad para acoger a personas con perfiles diferentes que querían intentar montar un negocio de este tipo. “Del campo se fueron a la construcción y ahora está ocurriendo al revés”, explica la coordinadora de la iniciativa, Verónica Suárez, que confirma la teoría de los dos docentes: hay personas que ya tenían tierras y otras que han tenido que arrendar. Además, también se han dado varios casos de propietarios de solares sin cultivar que los han cedido de manera altruista. “Hay un caso de una pareja mayor que no podía hacerse cargo de su finca y ha permitido que uno de nuestros emprendedores sociales lo haga. A cambio, él se encarga de limpiarles el jardín y les hace compañía; se trata de una función social doble”.

En este sentido, la entidad hace las tareas de mediación entre el emprendedor y el propietario, lo que facilita que se produzca la cesión con todas las garantías. “Los dueños se sienten más seguros si nosotros estamos detrás y verificamos todo el proceso”, dice Suárez.
Además de enseñarles a cultivar y a comercializar, Cáritas también tutoriza a los emprendedores durante el año siguiente a su formación. No todos siguen el camino empresarial, pero las enseñanzas que reciben también sirven si el objetivo es el autoconsumo, apunta la responsable. “Hay muchos perfiles de personas que vienen al curso; no todas buscan lo mismo ni participan en toda la formación”.

Esta recuperación de la agricultura no nos sacará de la crisis a todos, pero sí a algunos. De los dos tipos de agricultura que históricamente han predominado en Canarias, la de exportación y la de autoconsumo-mercado interior, es esta última la que ha experimentado cierto crecimiento durante los últimos siete años. Este aumento es mayor de lo que cuentan los números oficiales. Los expertos advierten de que la cuantificación de los nuevos activos agrarios es hoy más difícil que nunca, porque la mayoría de la población que se ve inmersa en este proceso de reagrarización lo hace a tiempo parcial y en el marco de la economía informal. Por ese motivo, además de cuantificaciones indirectas, los docentes han llevado a cabo un laborioso trabajo de campo. Han realizado entrevistas y encuestas, lo que les ha permitido tener una visión más cualificada de este fenómeno en las Islas. Según sus apreciaciones, la expansión de la actividad informal se explica por dos factores. En primer lugar, por el precio de la legalización de la actividad agropecuaria para este tipo de explotaciones familiares minifundistas y escasamente capitalizadas: “costes de legalización de las empresas, costes de legalidad sanitaria al tratarse de productos alimenticios y costes derivados de la profusa normativa y de las múltiples administraciones actuantes (europea, estatal, regional, insular y municipal)”. En segundo lugar, “estas producciones deben enfrentarse a los bajos precios de los productos alimenticios a causa de la competencia de las importaciones y de la instalación y expansión de las grandes firmas de supermercados y grandes superficies comerciales”.
En cualquier caso, la reactivación de la agricultura es una buena noticia, no solo para las familias que han encontrado en este proceso una forma de mantenerse y al mismo tiempo de sentirse útiles, sino para toda la sociedad canaria: mejora el paisaje y la capacidad de autoabastecimiento de los territorios insulares.