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Pablo Picasso

A los setenta y nueve años de su nombramiento como director del Museo del Prado diez cuadros de Pablo Picasso (1881-1973), los mejores del Kunstmuseum de Basilea, habitan temporalmente el edificio central de Villanueva y son las grandes atracciones del verano madrileño, tan caluroso como cómodo para disfrutar de las instalaciones y ofertas culturales. El generoso convenio entre las instituciones suiza y española materializan un sueño del genio malagueño que, aún en las dificultades de la Guerra Civil, imaginó una pinacoteca abierta a las vanguardias de entreguerras de las que fue, sin duda alguna, su más singular representante. Las telas picassianas abarcan seis décadas de vida y creación, desde 1906 -donde algunos críticos sitúan el comienzo de su periodo ibérico, influido por los hallazgos arqueológicos de esta cultura presentados en París -hasta las intuiciones primeras y las laboriosas investigaciones previas a la consagración del cubismo, el gran logro del siglo XX. En ese ámbito, y a través del único óleo de la decena que no aborda la figura humana- Panes y frutero con fruta sobre una mesa (1908-1909) se revelan la indagación incesante y la evolución hacia formas personalísimas, construcciones leves y apenas esbozadas, simplificadas en su solidez; hacia la instigación empírica en las representaciones matéricas y la profanación del equilibrio ortodoxo en un bodegón que rompe los cánones de los maestros del movimiento. Desde ahí, el común denominador de esta breve y exquisita antología es la búsqueda de tipologías y actitudes humanas con claves de atracción objetiva – mujeres, niños, grupos, toreros, músicos, personajes de la Comedia del Arte descontextualizados -en un pedagógico resumen de una trayectoria plástica que partió de los realismos idealizados a caballo de dos centurias- destacan en esa faceta Los dos hermanos, El pintor Jacinto Salvadó y el magnífico Arlequín sentado -reinterpretados a su modo y manera, con soberbio dibujo y gran economía de color- ocres, tierras, sienas -que acentúan la soledad de las figuras en el espacio tibio y la leve tristeza que trasuntan sus miradas y sus rictus. Desde ahí, crece y ramifica su experimentación caudalosa, que acaba con dos divertimentos- Amor y Venus y La pareja, resueltos con melódicos trazos rojos, azules, verdes, blancos y negros, y fechados en junio de 1967, regalados por el pintor a la ciudad suiza “por la fidelidad a su arte”. Picasso se puede contar y entender en diez obras, ¿quién lo duda?