SEMANA SANTA

La recuperación de Nelson después del 25 de julio (I)

nelson

Desde que empecé a conocer el tema de la Gesta del 25 de Julio y tuve noticias de que el más famoso de los marinos de guerra británicos había sido gravemente herido en Tenerife, debiendo sufrir como consecuencia inmediata la amputación de su brazo derecho, me interesó conocer algo más sobre aquella mutilación y, sobre todo, la rápida recuperación que le llevó tan sólo 6 meses después a regresar al servicio activo.

Hoy en día, con los modernos adelantos en Medicina, Cirugía y Farmacia y las actuales condiciones higiénicas, no puede extrañar mucho que la amputación de un brazo no suponga un peligro mortal para el paciente. Pero al referirnos al caso de Nelson estamos hablando de finales del siglo XVIII, cuando era muy común que una herida, por simple que fuese, se gangrenase y desembocase, en pocas semanas, en la muerte de quien la había sufrido.

Además, las circunstancias de la amputación (en una cámara pequeña iluminada tan solo por velas, el cuerpo sobre la tapa de un arcón, los balanceos del buque, los utensilios utilizados en la intervención -entre ellos la ominosa sierra-, la segura insalubridad del local, la falta de cualquier producto anestesiante verdaderamente eficaz…) no parecen aproximarse siquiera a las condiciones necesarias para posibilitar una feliz operación y una relativamente rápida recuperación. Y sin embargo, medio año después Nelson estaba ya dispuesto para volver a la mar.

¿Cómo y dónde se produjo aquel restablecimiento? Fue la pregunta que me revoloteó por la mente muchas veces, especialmente cuando oía o leía algo sobre la herida que, posiblemente, le causó el cañón El Tigre. Pero finalmente mi curiosidad ha quedado satisfecha, y pensando en que quizás alguno de los lectores haya sentido la misma inquietud es por lo que he redactado estas líneas.

Las soluciones, como se decía antes, “están en los libros”. Tres buenos amigos además de contertulios, John Lucas, Alastair F. Robertson y Juan Carlos Cardell Cristellys me han facilitado obras en las que se recogen informaciones sobre la recuperación anímica y física de Horacio Nelson. Pues bien, con semejante bagaje en las manos (en especial una monumental biografía del almirante británico aparecida entres 2004 y 2012 en Inglaterra y escrita por John Sugden) el resto de la labor consistía en leer, centrándome, para poder pergeñar este artículo, en la situación de Nelson tras su derrota y grave herida y durante el proceso de su recuperación, obviando lo que no interesase mucho a este respecto (como por ejemplo las preocupaciones financieras de Nelson o su afán por convertirse en propietario de tierras o casas como muchos de los grandes de la sociedad inglesa) y lo que pudiera resultar repetitivo por expuesto ya en los numerosos relatos de los combates de la Gesta.
 
En Santa Cruz y en el mar ¿Premoniciones?

Desde el punto de vista inglés, la expedición de Nelson a Tenerife estaba predispuesta a la obtención de un éxito rotundo, como parece deducirse de la correspondencia entre el contralmirante y su jefe inmediato, el almirante John Jervis, conde de San Vicente, durante las semanas de preparación antes de abandonar el tedioso bloqueo de Cádiz. Los informes que se reciben directamente de quienes habían robado en la rada de Santa Cruz, muy pocas fechas antes, un barco español y otro francés, con poca resistencia desde tierra; las noticias de que las fuerzas de defensa apenas se componían de unos trescientos soldados regulares y el resto, dispersos además por la isla, eran voluntarios pobremente armados y peor instruidos; la superior preparación de los infantes de marina y las tripulaciones inglesas; el efecto sorpresa, tan valioso en la guerra y que Nelson va a utilizar como carta fundamental en la partida; la importante escuadra que Jervis pone a su disposición, con casi 400 bocas de fuego; la enorme valía y experiencia de los capitanes de los barcos (“la crema” de la Royal Navy los califica Sugden); el nulo apoyo que la escuadra española (sitiada en Cádiz) podrá prestar a los defensores;…. Todo estaba a favor y eran del agrado de Nelson las órdenes de Jervis (“tomar la isla de Tenerife”) y por eso escribía alegre y confiadamente a su almirante que “…bajo el mando de Troubridge en tierra y el mío a bordo, confío totalmente en el éxito”.

Pero, sin embargo, Nelson parecía sentir dudas. Aunque le hubieran dado casi mil infantes de marina, al flamante contralmirante le disgustaba no poder contar con los tres mil soldados -los “casacas rojas”- que pidió y que podían terminar el trabajo, según sus propias palabras, en una semana. Y conocía bien que en la guerra la certeza absoluta no existe, por lo que, quizás ponderando riesgos escondidos, dejaba escrito que la parte en metálico que pudiese corresponderle del botín se enviase a Fanny, su mujer, si a él le ocurría algo.
Jervis confiaba plenamente en quien consideraba su mejor subordinado, pero en su nota de despedida también parecía dejar traslucir una cierta inquietud: “Dios le bendiga y le ayude. Estoy seguro de que obtendrá el triunfo, aunque a los mortales no nos sea dado conseguirlo a nuestro antojo.”

Se produce el fiasco de las dos intentonas fallidas del 22 de julio y Nelson asume el fracaso, sin culpar a nadie, especialmente al capitán Troubridge, de ello. Se ha perdido el efecto sorpresa, al que tanta importancia había dado el contralmirante en el planeamiento de la operación, y por su mente pasa la idea de retirarse y aguardar otra mejor ocasión. Pero, como su biógrafo Sugden resalta en varias ocasiones, con Nelson se había instaurado en la Marina británica un nuevo estilo de mando, pues a diferencia de lo sucedido en etapas anteriores, el contralmirante celebraba, aún en alta mar, frecuentes “consejos de guerra” en los que escuchaba la opinión de sus inmediatamente subordinados, a fin de llegar entre todos a la solución más acertada, aunque se reservara, como Jefe, la decisión final. En este caso la opinión de sus capitanes es intentarlo de nuevo, pues, aún sin contar con el factor sorpresa, unánimemente confiaban en que, por los demás factores expuestos antes, la victoria no podría escaparse.

En este momento, Sugden escribe: que Nelson aprobó el ataque, aunque con una sensación de oscuro augurio, porque, como reconocería más tarde, tras lo sucedido el día 22…

“Mi orgullo sufría, y aunque consideraba el nuevo intento como una empresa desesperada, el honor de nuestro país requería el ataque y que fuese yo quien se pusiese al frente. Nunca confié en regresar.”

Nelson, pues, accede, aunque ahora, para que nadie pueda dudar de su determinación, decide que él mismo se pondrá al frente de la fuerza de desembarco, lo que va a constituir un grave error.

Lo recogido por Sugden confirma el mal presentimiento que se plasma en la carta de Nelson a Jervis fechada el día 24, horas antes del ataque definitivo, y en la que  se puede leer que: mañana mi cabeza será coronada probablemente de laureles o de cipreses. Sólo tengo que recomendarle a Josiah Nisbet a usted y a mi país.

Es de observar la recomendación que hace con respecto a su hijastro, el teniente Josiah Nibet -y que reitera en la misma misiva-, tema del que hablaremos más adelante.

También luego comentaremos una relación amorosa que sostenía Nelson con una dama italiana, pero de momento diremos que, cuando se aproxima el momento del desembarco, el contralmirante quema, ayudado por Nisbet, algunos papeles relativos a esa infidelidad para que no pudieran caer, si él no volvía de la operación, en manos de su esposa, Fanny, que espera allá en Inglaterra.

Finalmente, un relato inglés basado en las declaraciones del citado Nisbet, que acompañaba a su padrastro en el bote que encalló en la playa de la Alameda, pone en boca del contralmirante, al sentirse herido, las siguientes palabras:
“¡Me han atravesado el brazo! ¡Soy hombre muerto!”.

Los peores momentos

Con la urgencia posible, dadas las circunstancias, Nelson, a quien su hijastro con su propio pañuelo de cuello y la camisa de un marinero desgarrada en tiras, a modo de vendas, había hecho un torniquete que seguramente le salvó la vida, es devuelto en el mismo bote a su buque insignia, el Theseus, donde el cirujano Thomas Eshelby, quien servía ya varios años a las órdenes de Nelson, ayudado por un enfermero francés y tres marineros encargados de inmovilizar al paciente -uno de los cuales se desmayaría y sería sustituido por el capellán- procederá inmediatamente a amputarle el brazo derecho por encima del codo (ya veremos más tarde que bastante por encima).

Es llevado luego a su cámara, le suministran unas píldoras de opio, y cuando el sueño le invade aún tiene la esperanza de que Troubridge culminará con éxito la operación que para él empezó de forma tan dramática….

Pero a las siete de la mañana, el capitán Miller y un oficial español, el capitán de puerto Adam, le traen la desdichada nueva: la derrota ha sido absoluta aunque se ha conseguido llegar a un aceptable acuerdo de capitulación. Nelson ordena izar en todos los barcos la “bandera de tregua” y da por terminada la batalla de Tenerife.

A lo largo de los días 25 y 26, las noticias de la sangrienta derrota le abruman, aunque físicamente se siente un poco mejor, controlado minuto a minuto su estado por el enfermero francés, quién bajo las órdenes de Eshelby lo seda con opio para aliviar los fuertes dolores y le proporciona los primeros alimentos: sopa, sagú, limonada. Decide que se corresponda a la humanidad que Gutiérrez y los tinerfeños han mostrado con los heridos y prisioneros británicos enviando al general una barrica de cerveza, unos quesos y unos prismáticos de visión nocturna, firmando, seguramente por primera vez, con la mano izquierda una caballerosa carta al comandante general español.

Y como es preceptivo firma también, con fecha 27 de julio, el informe de lo sucedido a su superior, en el que, de nuevo, no hay un solo reproche a nadie: “Theseus, frente a Santa Cruz” “… y aunque estoy en la dolorosa necesidad de informarle que no nos ha sido posible obtener éxito en nuestro asalto, es mi deber afirmar que creo que nunca mayor osada intrepidez se mostró por los capitanes, oficiales y hombres que usted hizo el honor de colocar bajo mi mando…” 

A ese informe acompañaba una carta privada a Jervis que, en algunos de sus párrafos, refleja con crudeza el estado anímico del contralmirante en aquellos difíciles momentos, derrotado en una empresa en la que tantas esperanzas se pusieron, con muchos muertos, ahogados y heridos entre los hombres a su mando, y con una gravísima herida que podía convertirle en un incapacitado para el resto de su vida. “… me he convertido en un estorbo para mis amigos y en un inútil para mi Nación, pero por mi carta del 24 percibirá mi ansiedad por la promoción de mi hijastro Josuah Nisbet. cuando deje de estar bajo vuestro mando moriré para el Mundo, me voy desde ahora y nunca más seré vuelto a ver espero me de una fragata para transportar los restos de mi esqueleto a Inglaterra…”. 

Con grandes dolores en el cuerpo y abatida el alma por el fracaso y el sombrío futuro que parecía aguardarle, abandonaba Nelson con su escuadra las aguas canarias. Y, mientras la Emerald se adelantaba para entregar en las afueras de Cádiz a Jervis las cartas e informes que hemos ido citando, en su lento navegar rumbo Norte, el contralmirante rumiaría en su interior, una y otra vez, los mismos pensamientos de derrota, desilusión y desesperanza; y, cuando se lo permitiera el dolor del brazo,  pasaría la vista por la lista de la marinería de su Theseus en la que, al lado de casi 50 nombres, leía con dolor ”ahogado en el ataque a Santa Cruz” o “muerto en Santa Cruz”.
Por fin, el 15 de agosto avistaban Cádiz, donde la flota británica seguía bloqueando a la española. Al día siguiente, Nelson enviaba a
Jervis otra carta privada en la que podemos leer que…

“Me alegro de encontrarme de nuevo a la vista de su Insignia, y con su permiso iré a bordo del  Ville de Paris y le presentaré mis respetos. Si la Emerald ha arribado conocerá mis deseos. Un almirante manco nunca será considerado nuevamente como útil, por lo tanto cuanto más pronto me retire a una humilde casita de campo, mejor; y así dejaré el puesto para que un mejor hombre sirva al Estado…”
Como vemos no parecía haber variado mucho el estado de ánimo de Nelson, que insistía en su retirada del servicio activo. Pero él desconocía que Jervis, ya conocedor de lo de Tenerife, había enviado al Almirantazgo aquel mismo día un Informe en el que se podía leer que el almirante elogiaba la actuación de Nelson y sus hombres en el combate y añadía que…

Desde el momento en que se una a mí el contralmirante, es mi intención enviar la Seahorse a Inglaterra con él; la herida que ha recibido en su brazo el capitán Fremantle también requiere un cambio de clima; y espero que ambos vivan para contribuir en importantes servicios a su Rey y su Nación…” 

Jervis era uno de esos jefes para los que la lealtad también se manifiesta en el sentido descendente, es decir, del superior al subordinado; y habría más ocasiones en el futuro próximo en que lo demostraría, al menos con respecto a Nelson.