A PROPÓSITO DE LA GESTA

La recuperación de Nelson después del 25 de julio (II)

Por Emilio Abad Ripoll (Tertulia Amigos del 25 de Julio)

Tres buenos amigos además de contertulios, John Lucas, Alastair F. Robertson y Juan Carlos Cardell Cristellys, me han facilitado obras en las que se recogen informaciones sobre la recuperación anímica y física de Horacio Nelson tras lo ocurrido el 25 de julio de 1797. Pues bien, con semejante bagaje en las manos (en especial una monumental biografía del almirante británico aparecida entres 2004 y 2012 en Inglaterra y escrita por John Sugden) el resto de la labor consistía en leer, centrándome, para poder pergeñar este artículo, cuya segunda entrega sigue en las líneas que están a continuación.

No es difícil imaginar lo triste que tuvo que ser para Nelson, Fremantle y unas decenas más de heridos que viajaban a bordo de la Seahorse aquella singladura que les devolvía maltrechos y, en muchos casos, mutilados, a casa.

Si bien los registros en el libro del médico parecen al principio bastante optimistas, el 20 de agosto, Eshelby pasa destinado a la Seahorse para cuidar del contralmirante en su viaje a Inglaterra. Es de destacar que desde el 1 hasta el 20 no recogen sus biógrafos más partes médicos. Ese día el cirujano expresa de nuevo su preocupación porque “una de las ligaduras no se suelta”. Las siguientes semanas, Nelson sufre a veces, especialmente por la noche, fuertes pinchazos en el muñón, lo que le lleva a irritarse con el médico y no permitir ningún reconocimiento de la herida hasta su llegada a Inglaterra.

Cuando regresaba a su tierra acabando el verano de 1797, casi roto por el desánimo y las penalidades de años de guerra, los pensamientos de Horacio Nelson girarían siempre en torno al mismo escenario. En aquellos momentos había conversaciones en busca de un acuerdo, tras un conflicto que duraba ya casi 5 años, con la Francia revolucionaria, y si llegaba la paz no estaba clara la utilidad que para Gran Bretaña podía tener un veterano, mutilado como consecuencia de una sangrienta derrota, por lo que un modesto retiro, a media paga, parecía ser la perspectiva más probable.

Pero, aunque él no lo sabía aún, la paz estaba lejana. Francia pedía fuertes compensaciones por la destrucción de su flota en Tolón y que el Cabo de Buena Esperanza volviese a manos holandesas, lo que Inglaterra no podía consentir, ya que constituía un enclave fundamental en el comercio del Imperio. Gran Bretaña, pues, iba a seguir necesitando a sus barcos y a sus almirantes.

fanny nelson 2

La llegada

A primeras horas del 1 de septiembre de 1797 arribaba la fragata a Spithead. Inmediatamente, Nelson solicitaba del Almirantazgo autorización para arriar su enseña y poder trasladarse a su hogar para intentar recobrar la salud. A media tarde ponía pie en el nuevo puerto logístico de Portsmouth, donde le esperaba la primera sorpresa: un recibimiento poco común. Varios cientos de personas aguardaban su llegada y corearon su nombre con los tres clásicos hurras, a los que correspondió agradecido el contralmirante, que nunca antes había sido recibido de esta manera a su regreso.

El recibimiento haría pensar a Nelson en que aún podía confiar en conservar el favor de sus jefes, lo que se confirmaba apenas 24 horas después cuando le llegaba una carta privada de su principal mentor, el conde George Spencer, primer Lord del Almirantazgo, felicitándole por su “muy glorioso aunque infructuoso ataque a Santa Cruz” a la vez que le deseaba una rápida recuperación.

Ambas circunstancias, el recibimiento y la carta, hicieron creer a Nelson que, pese a todo, aún era posible que se le confiriese otro mando. Y ese agradable pensamiento tuvo que amenizar sus ratos de soledad y aliviar sus dolores en el carruaje que le transportó a Bath, lugar de preferencia para el contralmirante donde le esperaban su padre, el reverendo Edmund Nelson y su “adorada esposa” Fanny. El reencuentro se produjo al atardecer del día 3 de septiembre, precisamente el día antes de que se publicara oficialmente la derrota de Tenerife.

En la prensa de Bath se hablaba de su llegada y se decía que el almirante parecía estar en buen estado de salud y animado, pero Fanny no era de esa opinión.

Hacía cuatro años que no lo veía,  cuatro años de mar y de guerra que habían dejado huellas indelebles en la anatomía de su marido. Nelson había perdido totalmente la visión de su ojo derecho y le faltaba parte de la ceja. La victoria del Cabo de San Vicente también se había cobrado su peaje, pues un fuerte golpe recibido le había producido una hernia abdominal de la que sufría frecuentes dolores. Pero lo más llamativo era su vacía manga derecha colgando flácida a su costado. Y, como colofón, los dolores que persistían le daban el aspecto de un hombre seriamente enfermo.

La causa era que el muñón no se le cerraba, lo que le ocasionaba permanentes dolores y, con frecuencia, accesos febriles. Tan sólo las tomas de opio le aliviaban el sufrimiento y le permitían dormir. En Bath fue tratado diariamente por un cirujano llamado Nichols, con el apoyo de un médico de la localidad, el doctor Falconer y a veces también de un farmacéutico, Joseph Spry.

Pero tenía el impagable apoyo de Fanny que, aunque quedó muy impresionada al ver el brazo cortado “tan arriba, junto al hombro”, lo atendía con todo cariño, ayudándole en todas las tareas normales de la vida, desde la de vestirse a la de escribir cartas, pasando por la de cortarle la carne en las comidas.

Nelson, resignado, deseaba con verdadera impaciencia que la dichosa herida se cerrara, y él mismo se animaba con cada síntoma de mejoría por pequeño que fuese. Desde Bath escribía a su hermano en Londres y le decía que su salud personal “estaba mejor que nunca” y que su brazo estaba en “camino de sanar pronto”. Pero lo que de verdad le importaba y consolaba de todos sus pesares era la certeza de seguir contando con el apoyo de los almirantes Spencer y Jervis.

Secretos

Fanny, una mujer que según Sugden no era bella, pero sí resultaba interesante, se sentía ahora más cerca de su marido y más unida a él que nunca, quizás por la necesidad que Horacio tenía de ella como consecuencia de su invalidez y sus sufrimientos. Y aunque a su llegada detectó en él todas las mermas físicas que hemos comentado antes, no llegó a hacerlo con un secreto que el almirante tenía bien guardado y que también hemos comentado de pasada: el de la infidelidad.

Hacía ya unos tres años que Nelson tenía una amante italiana llamada Adelaida Correglia, a la que había puesto casa en el país mediterráneo y alguna vez invitó a bordo de su barco. Se habían encontrado por última vez en enero de aquel 1797, es decir, unos 8 meses antes de su reencuentro con Fanny.

Era bastante común entre la oficialidad de la Royal Navy tener estos “deslices” generalmente considerados como “relaciones temporales de conveniencia”. Lo de Nelson y Adelaida era conocido por la mayoría de sus compañeros, incluido su hijastro, el hijo de Fanny, Josiah Nisbet, pero, aunque el almirante estaba convencido de que su relación con la italiana no podría afectar en absoluto a su matrimonio, el tema se mantuvo en secreto desde que volvió a pisar Inglaterra, y parece ser que Fanny nunca se enteró.

Y hablando de Josiah, aquel otoño de 1797 Nelson podía darle a su esposa una gran noticia. El joven tenía únicamente 17 años de edad, a la vez que carecía de la experiencia necesaria para asumir alguna responsabilidad de mando en la Royal Navy, pero había subido vertiginosamente desde los empleos inferiores. El 26 de mayo de aquel mismo 1797, y con sólo 16 de edad, había sido destinado como teniente al buque insignia de Nelson, el Theseus, en flagrante violación de lo que la legislación establecía para un destino semejante: que contara con 6 años de servicio en la mar y una mínima edad de 20.

¿Cómo entonces había sido destinado Josiah? Muy sencillo: Nelson había falsificado los datos personales de su hijastro y buscó el apoyo de tres capitanes leales a su persona que testificaron y certificaron que el interesado había superado los preceptivos exámenes. Y no sólo fue eso, pues Nelson (como ya vimos en las cartas anteriores) había solicitado repetidas veces de Jervis el apoyo a Nesbit; y lo consiguió, porque el 18 de septiembre el conde de San Vicente concedía al casi imberbe Josiah ser el “master and commander” del Dolphin, un buque hospital de la Royal Navy.

Que el asunto fuese un claro ejemplo de nepotismo por parte de Nelson no importó mucho a Fanny, quien, dadas las circunstancias, empezó a soñar en ver muy pronto a su hijo convertido en uno de los más jóvenes almirantes de la historia de la Marina británica.

En la cresta de la ola

Pronto Fanny y Horacio se trasladaron a Londres, adonde llegarían en la mañana del día 18 de septiembre, y aunque allí solían residir en el domicilio de un tío de Nelson (William Snakling), Mauricio, hermano del contralmirante, les había encontrado un apartamento de alquiler en Bond Street, apenas a un corto paseo de la sede del Almirantazgo, lo que acercaba a Nelson al corazón de los asuntos públicos.

Apenas en la capital, quizás el mismo día de su llegada, Nelson fue a visitar en el Almirantazgo a su más importante protector, el conde George John Spencer, que dirigía la Royal Navy desde 1794 y consideraba a Nelson como un oficial insustituible. Fue recibido por el conde y la condesa en su propia residencia, “la casa del Almirante”, anexa al edificio oficial, y allí Nelson se convenció de que podía seguir contando con la ayuda de Spencer, a la que había que unir la favorable opinión de los almirantes Hood y Jervis. Y se sintió absolutamente seguro, porque además, y lejos de dañar su reputación, la noticia de lo de Tenerife sólo parecía incrementar la admiración de la gente.

La opinión pública desconocía el papel jugado por Nelson en la concepción y el planeamiento del ataque a Santa Cruz y la prensa sólo veía en él al valiente ejecutor de una aventura mal concebida, considerándole sencillamente un héroe al que se encomendó llevar a cabo una misión con pocas esperanzas de éxito. Por ejemplo, The Times consideraba un error el intento de apoderarse de Tenerife, una operación que “no parecía haber sido juiciosamente planeada”, pero la audacia y el valor de quienes llevaron a cabo el intento estaba por encima de toda duda y no merecía más que alabanzas. Así se olvidó, o se corrió un más que tupido velo sobre el hecho de que había sido Nelson quién tuvo la idea de llevar a cabo la operación y concibió y planeó el ataque; y si se puso al frente de la fuerza de desembarco fue única y exclusivamente por el fracaso de sus hombres el día 22.

Se adornaba y exageraba, a veces hasta puntos ridículos, la actuación de Nelson. Por ejemplo, también en The Times se podía leer que cuando le llevaban gravemente herido, casi desangrándose, en el bote de vuelta hacia el Theseus, el propio contralmirante ayudó “a sacar de la que iba a ser su tumba marina a un grupo de valientes compañeros que fueron rescatados por él”. Se refiere el periodista al hecho, recogido por varios autores, de que en ese urgente regreso al buque insignia, desde el bote de Nelson se recogió a varios marineros del Fox que acababa de ser hundido por la artillería española. No dudamos que esto pueda ser verdad, pero sí parece bastante improbable que Nelson, con el shock de la herida y una gran pérdida de sangre, estuviese como para echar una mano en el rescate de los desgraciados náufragos.

Claro que casi a renglón seguido se añadía que al llegar al Theseus, escaló por un costado “sin la ayuda de la silla del contramaestre”, un artilugio también llamado “guíndola” que no es más que una especie de andamio formado por dos o tres tablas.

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También resulta poco verosímil imaginarse a un Nelson muy debilitado, con un brazo colgando inerte, trepar por una “escala de gato” o un simple cabo, con el añadido de los balanceos del bote y del barco en alta mar.

Pero todo aquello contribuyó a incrementar su leyenda, y la simpatía por Nelson era ya general en Inglaterra. Sugden escribe que un periódico consolaba a sus lectores, todavía en septiembre, informándoles de que “este valiente y valioso oficial ya es capaz de escribir con su mano izquierda”. Añadía: “Desde luego resulta curioso que Nelson practicase hace ya algún tiempo con su mano izquierda por si le sucedía algún percance a la derecha”. El mismo autor también cuenta que semanas más tarde otro periódico predecía confidencialmente que pronto se iba a poner a Nelson “al mando de una operación secreta” puesto que “en la flota de S. M. no hay oficial más capaz para efectuar cualquier servicio de tal dificultad o peligro”.

Es lógico pensar que tales muestras de afecto debían ser un poderoso alivio para los dolores de Horacio Nelson, comparable al orgullo que sentiría abriendo y leyendo las cartas de sus numerosos admiradores. Entre ellas las de antiguos amigos, como el viejo almirante Hood o la del duque de Clarence, que le daba la bienvenida al regresar “cubierto de honor y gloria” y declaraba que quería encontrarse entre los primeros que estrecharan su mano izquierda.

Y en la calle la admiración se hacía sentir también. En los bares ingleses se hacían brindis por su pronta recuperación, las localidades de Bristol y Norwich lo nombraban “ciudadano de honor” y los vecinos, tanto en Bath, como en Londres, le mandaban regalos, destacando un magnate apellidado Coke, que pedía a los magistrados del condado redactaran una carta pública de agradecimiento a Nelson y le enviaba 16 perdices, 5 faisanes y 4 liebres.

Muchos camaradas de armas y amigos visitaron su casa, entre estos últimos Betsy, la mujer del capitán Thomas Fremantle, quien había compartido con el contralmirante la cena de la noche del ataque a Santa Cruz… y el miserable viaje de vuelta en la Seahorse, y ahora le informaba de que su marido, aunque seguía con fuertes dolores, al menos había conseguido salvar el brazo.

Si bien en privado Nelson se quejara de sus dolores y se sintiera pesimista en cuanto a su recuperación, ante extraños o en público su estado de ánimo parecía ser muy distinto. Por ello, si alguno de los muchos que le visitaron en aquellos días del otoño de 1797 esperaba encontrarse con un quejumbroso inválido se llevó una gran sorpresa. El contraste entre la debilidad física y la fuerza de voluntad eran evidentes. Sir Gilbert Elliot destacó que Nelson, obviamente “estaba sufriendo fuertes dolores”, pero se encontraba “mejor y más animado que nunca”.

Jorge III

Pero también en el tema de la pública admiración había excepciones que confirmaban la regla. En aquellos tiempos reinaba en Inglaterra Jorge III, una de las pocas personas que habían criticado la actuación de Nelson en Tenerife, calificándola como una “vana muestra de valor”. Había que ganarse el afecto real y, de nuevo, los poderosos protectores del contralmirante jugaron un papel decisivo. Como consecuencia de su destacada actuación en el combate del Cabo de San Vicente, Nelson no sólo había sido ascendido a contralmirante, sino que también el rey le había concedido el honor de admitirlo en la prestigiosa Orden del Baño. Y el almirante Spencer se las apañó para que, al cumplimentar la costumbre de presentarse a S. M. al regreso de misiones en el extranjero, el rey invistiese públicamente a Sir Horacio y lo condecorase.

Así, el 27 de septiembre Nelson se inclinaba ante el rey en el Palacio de San Jaime. Recibía primero el espaldarazo con el que se le nombraba Caballero y luego la banda y la estrella de la Orden, presentadas por S. A. R. Federico, duque de York, y colocadas en su hombro y pecho por el propio monarca. Nelson besó la mano de S. M. y el acto finalizó. Al día siguiente el contralmirante regresaba a Palacio y se reunía con ministros y otros altos cargos entre los que se encontraban, como no, Spencer y Hood.

Los dos días de celebraciones parece que se reflejaron negativamente en el estado de salud de Nelson, y así lo recogía un testigo ocular que escribía: “La salud de sir Horatio Nelson no parece mejorar, si juzgamos por su apariencia en la reunión del miércoles. Parecía muy enfermo”. Pero al menos sirvieron para descongelar sus relaciones con el Rey, quien días después, personalmente, se interesaría por su salud. Al saberlo, Spencer comentaría que “aunque Nelson había perdido un miembro, el país aún necesitaba algo más de él”, lo que parecía indicar un pronto retorno al servicio.
Pasaban las semanas y empezó también a encontrarse con ánimo para asistir a reuniones con gran número de personas, como la cena del 17 de octubre con muchos compañeros de la Royal Navy, organizada por el propio Nelson en la Shakespeare Tavern para celebrar la victoria naval de Camperdown sobre los daneses.

A partir de aquellos días de finales de septiembre y principios de octubre, Nelson siguió frecuentando la clase más alta e influyente del Reino Unido. Sus biógrafos dicen que nunca hasta entonces había sido más admirado. A pesar de su derrota, Tenerife había engrandecido la leyenda del osado almirante nacida en las aguas del Cabo de San Vicente, lo que le daba nuevas energías. “En el momento en que esté curado me ofreceré para el servicio”, escribía a Jervis. “Y si sigue manteniendo la misma opinión sobre mí, volveré con el mismo celo, aunque no con las mismas aptitudes físicas, que tenía antes”. Y maldecía el ojo ciego y el brazo perdido.