Cuadernos de África

Un Romanov en el desierto – Por Rafael Muñoz Abad

Si en Namibia preguntas una dirección con acento foráneo tienes muchas posibilidades de acabar en alguna casa tomando café… Visité Tenerife a bordo de un elegante liner italiano que cubría la ruta entre Ciudad del Cabo y Génova en los años de la emigración a Sudáfrica… Me gustó mucho su gente afable y sin prisas”. Peter Dirks es un namibio blanco descendiente de los colonos alemanes que arribaron al África del sudoeste, hoy Namibia, entre 1885 y 1913. Con orgullo y cierta melancolía, sus vivaces ojos azules me cuentan cómo su abuelo judío escapó de aquel lío de nacionalidades que eran Alemania, Prusia y Rusia, para acabar en este secarral que tanto ama. Namibia es quizás la última frontera física y emocional de África. Un descampado inabarcable donde las distancias son infinitas y la gente va… muy a lo suyo. La soledad la llevas en los bolsillos… Me gusta porque aquí nadie te señala si eres raro; es más, si eres muy convencional o hecho en serie, es entonces cuando acabas destacando y señalado… ¡Algo va mal con ese!; nos reímos [los dos] porque nos sentimos identificados. Peter es esa amistad hecha de manera “casual” pero que ya sabes que será para siempre. Su casa aún conserva el damero de baldosas azules y blancas de Baviera con la que en 1905 fue levantada en la ruta entre Swakopmund y Windhoek. Una carretera eterna que comunica las dos mayores herencias culturales alemanas que orgullosamente conserva la tranquila Namibia. “Rafffa, si no muero aquí, lo haré en España o Italia… los no latinos de cuna, según envejecemos, nos damos cuenta de que nos equivocamos en la manera de singlar la travesía media de la vida… Por esa razón -continúa hablando Peter- ¡descendiente directo de los Romanov!, los alemanes se jubilan en Mallorca… Aquí el desierto ha flexibilizado nuestra cuadricula mental…”. Risas. Namibia te atrapa con su ritmo y te vuelves rotacional; sales con el sol y con su puesta te ralentizas. Namibia te hace pensar y, reconozco que sus enormes espacios abiertos generan alucinaciones a aquellos que estamos habituados a tierras más… modestas; ha sido mi quinta visita, pero volveré muchas más veces.

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