TRIBUNA

El tren del horror y otros horrores – Por Charo Zarzalejos

El sopor posterior a la comida, acompañado de un calor que para muchos es realmente insufrible, pensé que lo que estaba viendo en televisión era el avance de una película. Un tren que nada tiene que ver con nuestro AVE, gentes agolpadas en lo que pretende ser una estación, padres tirando de la mano del cuerpo de su hijo, mujeres con su bebé en brazos y adolescentes con medio cuerpo fuera de la ventanilla… Pensé, de verdad, que era una película. Pero no. Puse una pizca de atención y resulta que lo que estaban viendo mis ojos estaba ocurriendo a muy pocas horas de avión de donde yo estaba. Se trata del tren que sale, aunque nunca se sabe con qué frecuencia, de la estación de Gevgelija con dirección a la frontera con Serbia. Huyen, entre otros países, de Libia. No recuerdo el día exacto en que lo vi. Lo que sí se es que el pasado lunes, día 17, España, Italia, Francia, Estados Unidos, Alemania y Gran Bretaña, por unanimidad estas seis potencias declararon sentirse “profundamente preocupadas por las noticias que hablan de bombardeos indiscriminados en barrios de la ciudad densamente poblados y actos de violencia cometidos con el fin de aterrorizar a los habitantes”. Estaban conmovidos porque el EI había incendiado el hospital de la ciudad libia de Sirte.

Los bárbaros, además de masacrar a más de una docena de pacientes, crucificaron y decapitaron a varias personas. Las seis potencias hicieron un llamamiento al dialogo de todas las facciones “que desean un país unido y en paz” para luchar contra el terrorismo. Cuando se contempla el tren del horror, cuando se jactan de haber asesinado a base de cuchilladas para luego proceder a su decapitación de quien fuera el principal arqueólogo de la ciudad siria de Palmira, Jaled al Asaad, cuando se sabe que centenares de mujeres, algunas todavía en edad de jugar, son convertidas en esclavas sexuales, cuando por culpa de la maldad en estado puro, el Mediterráneo se está convirtiendo en un mudo cementerio, parece casi una broma que las potencias antes citadas hayan llegado a la conclusión de que lo que hay que hacer es hablar “con las distintas facciones” y estremece pensar en el éxodo humano que quiere llegar a Hungría antes de que este país ultime la valla de 175 kilómetros en su frontera con Serbia. No soy una experta en política internacional, pero me he preocupado de preguntar a quien sabe. La pregunta es siempre la misma ¿cómo hemos llegado a esto? ¿Nadie en ningún lugar del mundo vio venir lo que suponía el EI? Quienes saben, me hablan de “equilibrios”, de “decisiones estratégicas”, “intereses en riesgo”. Y tendrán razón pero, quizás llevada por la indignación que me provoca tanto sufrimiento ajeno, casi todo me suena a música celestial. Europa tiene problemas con la deuda de algunos países, con la competitividad, con el paro y es razonable que se afane en resolver los problemas de sus nacionales. Pero Europa como proyecto se está convirtiendo en un proyecto raquítico, ensimismado y yo diría que cobarde. Ante tanto horror no hay más solución que actuar en origen. ¿Cómo? Con dinero y con soldados dirigidos con el único propósito de poner orden, que en Siria, Libia, Irak, Afganistán… los millones de seres humanos que allí habitan puedan algún día imaginar el futuro. Ahora, bastante tienen con sufrir el presente. Leopoldo López, el opositor encarcelado por el bárbaro Maduro, ha dicho a los suyos que ellos están “en el lado correcto de la historia”. ¿Y Europa?