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Turismo Integral Canario(2)

A pesar de mi condición de sindicalista, que lo fui durante más de veintidós años (1974/1996), siempre tuve respeto a la figura del empresario, y salvo conflictos derivados de la legítima defensa de los intereses de la clase trabajadora, apreciaba el esfuerzo inversor y la dedicación a la empresa y sus trabajadores. Aunque, si me lo permiten, hay que distinguir al empresario que compromete su destino y dinero a un proyecto empresarial, que incluso en ocasiones la procedencia le viene de herencia paterna/materna, al inversor, esa figura invisible que arriesga un capital con el objetivo de obtener unos altos beneficios, en el menor tiempo posible. Lo diré con modestia, pero con firmeza, desde mi particular visión y experiencia: el empresariado canario ha sido muy preservador y poco arrojado a las reformas y adaptación del negocio. Muestran, y eso es verdad, su compromiso empresarial y dedicación absoluta a la empresa, pero al mismo tiempo le ocurre que “los árboles no le dejan ver el bosque”. Quiero decir que hay empresarios a los que las instalaciones se les caen en pedazos ante sus ojos, y no hacen nada para evitar los peor: el cierre por ruinas.

De ahí que al empresario se le debe exigir: lealtad, objetivos, compromiso y modernidad. Lealtad con aquello que un día soñó realizar, o recibió de manos de sus padres, y terminó convirtiéndolo en un reto personal: su empresa. Y a partir de ahí se produjo una simbiosis entre objetivos y beneficios, en que la cuenta de resultados, siendo importante, debería sujetarse a los procesos de excelencia y empleo, que impida el deterioro de la infraestructura y la oferta/demanda. El empresario canario se resiste a una realidad en la que acepta vivir en una permanente agonía, ante el miedo escénico a innovarse.

Sin embargo han tenido que aceptar, salvo muerte súbita del negocio, todo el apartado relacionado con las tecnologías y marketing. Resulta imposible sobrevivir fuera de las redes sociales. ¡Punto y aparte!