Víctor Gutiérrez – Una buena mili

Hay historias con particularidades ciertamente curiosas. Por ejemplo, la de Víctor Gutiérrez, emprendedor que enganchaba una prórroga tras otra a sabiendas de que un día desaparecía la mili y con la esperanza de poder beneficiarse de la supresión. Un despiste que no atribuye a nada concreto hace que reciba una llamada estando en Dublín, notificándole que tiene un par de días para desplazarse a Tenerife, que es su destino. Un joven licenciado en Económicas, que intenta evitar el servicio militar, desarrolla una apasionante carrera empresarial gracias a sus inquietudes y las oportunidades que observa en una isla en la que, de otro modo y presumiblemente, no habría recalado

-Cae por aquí casi por accidente

“Vine por la mili y tuve por compañero a alguien que trabajaba en una asesoría, Carlos Martín, que conocía a un grupo de carniceros que se habían agrupado para conseguir precios de sus proveedores. Eran de Tejina, Valle de Guerra, Tacoronte, El Sauzal y Puerto de la Cruz. Me habló de ellos y quise conocerlos para saber algo más del negocio. Mi padre tenía unas tierras en la Península, somos siete hermanos y aunque se dedicaba a la ganadería, no era lo suficientemente grande como para permitir a todos los hermanos dedicarnos a ella. Así que tenía ya en mente hacer algo, me gustaba y me interesaba por las posibilidades”.

-Había estudiado y trabajado

“Había estado en el Departamento de Estadística de la Universidad de Alcalá de Henares. Y aquí, por las tardes, lo hacía para una empresa de publicidad repartiendo folletos y un poco más adelante, en Catalana de Occidente. Me presenté al trabajo porque había visto un anuncio en la prensa, me eligieron director de agencias de la provincia y me enviaron a San Cugat del Vallés para un curso de formación. Seguía dándole vueltas a la carne, que era lo mío. Hice un equipo, estaba en la calle y preguntaba aumentando mi conocimiento sobre el mercado. Llegó un momento en que consideré que debía intentarlo, me alquilé una pequeña cámara de frío aquí en el Polígono de Güímar. Yo solo, me prestaba una Toyota Dyna un señor de Icod los lunes por la noche para que hiciera el reparto en ese horario en que él no la necesitaba”.

-Vivía en Santa Cruz, la cámara en el polígono de Güímar, la furgoneta en Icod y entre medias el reparto. Un desafío logístico…

“Eso es, de día Catalana de Occidente y por la noche, reparto”.

-Empieza de forma precaria y con enorme penalidad. ¿Qué posibilidades le veía que mereciera ese esfuerzo?

“Algunos pensaban que no duraría más de dos o tres meses. Pero lo cierto que yo sí veía que tenía posibilidades, básicamente el ser productor, que era mi mejor ventaja. Caso contrario no, claro. Pero mi padre me enviaba la carne y yo debía pagársela cuanto antes, lo que hacía pronto porque yo no financiaba a nadie. Así que la cobraba y le pagaba. Eso sí, era muy prudente y para un tráiler con capacidad para 20.000 kilos yo traía 2.000. Prefería pagar unos portes más caros a cambio de no asumir mucho riesgo. Mi padre me animó, valoraba mi cautela y era una forma de ampliar el mercado de la empresa. Hoy mis hermanos tienen fincas en las que producimos, mi padre se dedica a la ganadería intensiva y entre todos completamos el proceso”.

-Inicios duros pero pronto ya se instala en esta nave.

“A los dos años, con hipoteca eso sí. Pero nos iba más o menos bien, ya había dejado Catalana de Occidente y pude formar mi propio equipo aquí, que en muchos casos, siguen estando en la empresa. Hoy somos 44 trabajadores”.

-¿Qué aportaba su carne entonces para que fuese tan bien recibida por el mercado?

“Lo mismo que hoy: homogeneidad. Es de una zona concreta, con un proceso tasado por nosotros que va desde los pastos hasta el sacrificio y el transporte. Esto es muy importante. Tenemos cuatro mil vacas, que es la esencia de nuestra empresa, con una hectárea para cada una. La integración vertical del negocio y la naturaleza familiar de la empresa son activos de los que podemos presumir. Son cosas que los clientes aprecian, aportamos calidad, frescura y precio. Nosotros descargamos carne dos veces en semana, los lunes la que se ha sacrificado en península el viernes y los jueves la que lo ha hecho el lunes. En 72 horas tenemos el producto aquí, los tráilers son propios y desde Toledo hasta aquí se hace un desplazamiento sin interrupciones”.

-¿Por qué Vara del Rey?

“Hice un máster en el Instituto de Empresa y el trabajo final era sobre comercialización de venado, que hacía con dos compañeros más. Teníamos un logo muy bonito pero no nombre. Una tarde en el metro, saliendo de Atocha, vi dirección Vara del Rey y pensé que era un buen nombre y ese usamos. Más tarde ya lo registré como marca”.

-Cuenta también con tiendas, las de Pasto y Bellota.

“Que en principio se llamaba La Boutique de la Carne. Fue porque cuando estábamos descargando en la nave, mucha gente se acercaba a preguntarnos dónde podían comprar y si les vendíamos carne. Objetivamente eso nos retrasaba, así que decidí abrir un rincón de cara al exterior para vender directamente. Luego vino una segunda tienda en Guargacho, que también nos fue bien y se cambió el nombre por el de Pasto y Bellota, que es la combinación de características de la carne que vendemos. Pastan en campos de encinas. De todos modos, ahora tenemos algunas tiendas en franquicia, que es una fórmula que siempre me ha gustado, si das con las personas adecuadas”.

-Claro, pero si no, puede arruinar la marca.

“Ese es el riesgo, cierto. Pero a nosotros nos gusta el sistema porque nos permite crecer sin aumentar la estructura interna de la empresa. Hay 14, de las que cuatro están en Gran Canaria y una en La Palma. Las tiendas son una pata más, una forma de poder atender a clientes que te preguntan dónde comprar tu carne y que no siempre pueden identificarla de forma sencilla”.

-¿Hacia dónde se dirigen en el futuro?

“Últimamente estamos potenciando la hostelería, en buenos hoteles. Nos dedicamos también al fileteado, precocinados y algunas cosas de la cuarta gama, creo que por ahí irán los tiros. También hacemos marca blanca para algún operador potente y exportamos para países como Ghana o Guinea. Todo esto nos obliga a estar a la última, en tecnología pero también en certificaciones de calidad. Hace nada que tenemos la International Food Estándar (IFS). No vivimos obsesionados con el crecimiento, sí con la calidad”.