superconfidencial

Anquetiles y esos

1. Nunca había conseguido revolucionar las redes sociales tanto como estos días, con un inocente artículo sobre ciclistas. Junto a cartas amables y respetuosas, recibo otras que me ponen como un zapato y también alguna amenaza de atentar contra mi vida en la carretera, que he pasado a un amigo abogado para que la entregue en el juzgado de guardia, como es normal. Porque, además, el comunicante ignorantón deja grabado su e-mail. El artículo iba en clave de humor y así lo han entendido algunas personas, que discrepan, pero que aceptan esa clave; otras están totalmente de acuerdo conmigo. Yo venía a decir que ahora a los divorciados les ha dado por comprarse una bici para demostrar a la exparienta y a sus cuñados que están en forma. Pero que lo que hacen es fastidiarse los testículos con los estrechos sillones de las bicis. Incluso, una sagaz lectora me dice que debo decir sillines. Pues, vale, sillines. Ella está exenta de joderse la próstata porque no tiene. Todo esto, naturalmente, es un vacilón porque a otros divorciados por lo que les da es por hacer el ridículo haciendo footing por la ruta del colesterol, enfundados en apretados atuendos y con el consiguiente vaivén de mofletes.

2. A mí los ciclistas me la traen al pairo, como ustedes comprenderán, y les deseo toda la suerte del mundo emulando a Anquetil, que fue mi ídolo francés en mi más tierna juventud. Pero son una plaga y un coñazo, vuelvo y repito, como dice un mecánico cubano que conozco, muy pesado. Hay gente acostumbrada a no asimilar la crítica y el humor y se cogen unas calenturas morrocotudas cuando yo hago juegos malabares con las palabras y las actividades. Coño, parece mentira. Incluso, lectores muy míos que le dan al pedaleo se han mosqueado, eso sí, con educación.

3. No me tomen ustedes en serio. Cuando me dijeron que escribiera aquí todos los días, eso sí, ad amorem, me indicaron que debía hacerlo en clave de humor. Hasta el punto de que un imbécil que huele mal se permitió decir por ahí otra de sus mentiras: que me habían prohibido que hablara de política. No, aquí se estila eso del “prohibido prohibir”, al menos en mi caso. Pues volviendo a los bahamontes e indurains de andar por casa, no se cabreen ni se entristezcan: yo soy el que soy. Y ellos también.
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