SUR

La cueva mortífera

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La llaman la Cueva de Los Camarones y está considerada como una de las cavidades submarinas más peligrosas del planeta. Localizada en el sur de Tenerife, a unos 300 metros de la costa de El Palm-Mar (Arona) y a una treintena de metros de profundidad, su configuración natural la ha convertido desde hace décadas en uno de los parajes más tentadores para los buceadores amantes del riesgo extremo. Lamentablemente, su historia le ha hecho acreedora al nombre de la Cueva de la Muerte. Cuatro jóvenes han perecido atrapados en ella. Según el testimonio de quienes han accedido a su interior, la gruta es lo más parecido a una trampa mortal. Tras un montículo de arena a la entrada, aparece una especie de bóveda de unos cuatro metros de altura que se va abriendo paso hasta desembocar en un estrecho túnel de apenas un metro de ancho que, a su vez, conduce hasta un espacio cerrado, con forma de amplio salón, al que no llega la luz. El fondo arenoso convierte a este lugar en una bomba de relojería. Cualquier movimiento inadecuado de un submarinista o el simple aleteo de un pez puede provocar una gran nube de sedimentos que dura horas y dejar a los buceadores sin visión -y sin reservas de oxígeno- para escapar de este auténtico laberinto marino. El 20 de noviembre de 1975, el día en que un calambre sacudía España de arriba abajo por la muerte de Franco, dos submarinistas se sumergían en las tranquilas aguas sureñas con la intención de realizar un reportaje fotográfico en la Cueva de Los Camarones. Juan José Benítez, campeón de Canarias de submarinismo, de 28 años, y Francoise de Roubaix, colaborador del comandante Cousteau y conocido compositor musical francés, de 36, quedaron aprisionados en el interior de esta cavidad. Las reservas de sus bombonas de oxígeno, a una presión media de cuatro atmósferas, no aguantaron más allá de los 35 minutos. La cueva maldita se cobraba sus dos primeras vidas. Los cuerpos fueron rescatados al día siguiente y presentaban varios golpes, probablemente a causa de la desesperada búsqueda por encontrar la salida de la gruta-trampa. Ambos yacían a un metro escaso de la puerta que les conduciría a la salvación. La dimensión artística de Roubaix en su país, autor de más de 50 bandas sonoras de cine, amplificó el suceso a escala internacional.

Nueve años después, el 26 de abril de 1984, la Cueva de los Camarones volvió a saltar a los medios de comunicación. Dos submarinistas alemanes, Henry Sarpentin, de 38 años, monitor de un club de buceo de Playa de Las Américas, y Jens Steiner, un alumno de tan solo 17 años que pasaba sus vacaciones en la Isla, quedaron atrapados en la garganta letal. Ambos participaban en una inmersión junto a otros 10 jóvenes.

Al finalizar el ejercicio, y una vez que el grupo se encontraba en la superficie, el monitor se percató de la ausencia de unos de los chicos. Con una reserva de aire ya mermada por el ejercicio que acababa de realizar, el experto no dudó en sumergirse de nuevo para rescatar al joven en una lucha desesperada contra el reloj. Los minutos pasaban y no llegaba señal alguna a la zódiac, donde la expedición, impaciente, aguardaba noticias. No las hubo. A la mañana siguiente, persistía la alta turbidez del agua, lo que impidió el rescate por parte del Grupo Especial de Actividades Subacuáticas (GEAS) de la Guardia Civil. 24 horas después, siete buzos lograban penetrar en la bóveda y hallaban los cuerpos de los submarinistas junto a una cámara de vídeo y un cinturón de plomo.

Tras el segundo accidente fue catalogada como la cavidad submarina más mortífera de Europa. Una imponente cruz en recuerdo de las cuatro víctimas se alza en la entrada de la Cueva de Los Camarones, también conocida popularmente como Cueva Juanito. Allí, en la nada del fondo, esconde su maldición, en medio de la oscuridad y de un silencio eterno.

40 años del primer accidente

En noviembre se cumplirán cuatro décadas del primer accidente que le costó la vida a Juan José Benítez y a Francoise de Roubaix. El pasado 7 de julio Los Cristianos acogió un emotivo acto en el que se reencontraron las familias de las dos víctimas y varios amigos de los fallecidos. El Auditorio Infanta Leonor fue el marco de un concierto, que tuvo amplia repercusión en Francia, de un músico de jazz muy especial, Benjamin de Roubaix, en homenaje a su padre, que murió cuando él contaba con unos meses de vida. La iniciativa fue posible gracias a la colaboración del Ayuntamiento de Arona, la embajada de Francia, Filmoteca canaria y Fimucité. Precisamente, el Festival de Música de Cine de Tenerife dedicó el concierto de clausura al compositor francés ahogado en la costa de El Palm-Mar. También se procedió al cambio de lápida en el cementerio aronero (la anterior tenía el nombre mal escrito) en presencia de su pareja, Rosario Luna, sus hijos Benjamin y Patricia, además de María Elda (viuda de Juan José Benítez, la otra víctima), María Calimano, directora de Filmoteca Canaria y Pedro Mérida, representante de Fimucité. El acto, al que asistió el alcalde, José Julián Mena, acompañado por los concejales de Cultura, Leopoldo Díaz y de Deportes, Juan Sebastián Roque, concluyó con la interpretación de una canción de Benjamin dedicada a la memoria de su padre.

Para María Calimano, responsable de la Filmoteca Canaria, De Roubaix era un adelantado a su tiempo: “Junto a su faceta de músico hay que destacar su gran creatividad artística que plasmó en dos cortometrajes que realizó -y por el que le dieron sendos premios- que podrían ser perfectamente rodados este año. Era un gran innovador”.